Con poses de compadritos que se desafían desde la seguridad de su entorno, los políticos están entrando en un juego de provocaciones cuyo daño los pagaremos los de siempre.
Creer que se puede ofender gratuitamente y que no habrá consecuencias es sumarse al anecdotario de los que ya pagaron el precio y ni aun así se toman el trabajo de pensar.
Las actitudes groseras tienen resultados groseros y en esto de hablar mal de otros por puro deporte la cosa viene en aumento y viene preocupando.
Pasa en el relacionamiento diario de las personas, pasa en la política interna y pasa en las relaciones internacionales quizá en ese orden de importancia. Empecemos por el final porque lo que sucede entre Argentina, Venezuela, México y Colombia cuyos presidentes se tiran dardos venenosos todos los días imponen la necesidad de estar atentos, salvo que creamos que lo que pasa en América no incide en Uruguay.
El presidente Milei no debió calificar a un dignatario extranjero de “terrorista”, “ignorante”, “asesino”, o “carnicero” (calificativos que le devolvieron) porque ello derivaría como derivó en un conflicto diplomático. Si solo se tratara del insulto en sí, tendría solo el peso del descrédito. Pero el problema es que los insultos derivan en la gente común provocando que aquellos extranjeros que trabajan en un determinado país pagan las consecuencias con xenofobia, racismo, antipatía, desprecio y odios innecesarios que caminan al borde de la cornisa y que pueden derivar en tragedia ni bien algún “patriota” se le ocurra efectuar el primer disparo.
No queremos pensar lo que puede ocurrir en el partido que River debe jugar dentro de horas en territorio venezolano después que el gobierno de Maduro le impuso a Argentina la prohibición de sobrevolar su país obligando a la delegación a viajar por tierra. ¿Y si hay incidentes y la policía tiene que actuar?. Están locos.
Pero aquí nomás los dirigentes se cruzan insultos y acusan de ladrones a otros como quien acusa a un vecino de no barrer la vereda. Decirle ladrón a otra persona, implica una falta de respeto mayúscula que se ha naturalizado porque algunos políticos entre sí la usan casi como broma de ingenio.
Pero la gente común se la toma en serio, asume posturas radicales, cree que pertenecer al otro partido equivale a enemistades irreconciliables y estas se alimentan del insulto. Y así es como se construye una sociedad enfrentada, dividida y crédula que no reacciona ni siquiera cuando escucha los argumentos torpes y en nada convincentes de quienes basan esos argumentos en la descalificación del otro.
La efervescencia que está tomando la realidad actual nos aleja rápidamente del destino que desearíamos para nuestro país y para el mundo porque las organizaciones humanitarias, ni políticas, ni el Papa son atendidas y ni siquiera escuchadas. Tal parece que el mundo se va al abismo sin que nadie atine a evitarlo. Con lo fácil que sería.