Los narcos, los homicidios, la juventud y la cultura del trabajo actúan bajo un manto de críticas, debates y muestras de espanto, quedando en el colador una cosa cierta: vamos para atrás.
Mientras sea la propia sociedad la que demande droga para comprar, todo cuanto se haga y diga estará en segundo plano; es la gente la que busca sustancias para drogarse en cifras que crecen y de esas cifras pocos o nadie habla. El drogadicto sigue escondido, no porque le importe que no lo vean sino porque nosotros somos los que no lo queremos ver.
El ministro del Interior, que ya es el tercero desde que el gobierno dijo hacerse cargo de las cosas, mira los hechos de la misma manera de siempre: “estamos trabajando para bajar los homicidios y atacar el narcotráfico”. Pero los homicidios no se contabilizan en razón del buen o mal desempeño de la policía, sino en función de la competencia y el grado de rivalidad de las bandas que están decididas a quedarse con el negocio. Cuando ocurre que dos, tres o más bandas se ponen de acuerdo para repartirse un determinado territorio, la necesidad de eliminar al competidor se termina y entonces los muertos bajan. Pero lo que no baja nunca es la demanda de más y más droga y siempre que haya un comprador surgirá un vendedor; como sea.
¿Sería posible terminar con toda la oferta de droga en el país? El día que eso ocurra será porque la legalizaron. Hoy mismo la policía no cierra las bocas de venta del mini tráfico porque ello generaría un caos. Te lo dicen en confianza las propias autoridades con la aclaración de que lo negarán llegado el caso.
El humo y el olor que anoche se expandía en la madrugada de la manzana 20 no era otra cosa que la normalización de una costumbre extendida entre jóvenes y mayores respaldados por medidas que pretendieron “quitarle el negocio de la marihuana a los narcos”. Ni se la quitaron ni disminuyó porque como lo dice la jurisprudencia : “lo que pactan los hombres no se puede eliminar por una norma”. Los que anoche fumaban delante de los niños nunca tuvieron claro el daño. Y en el entorno, (no anoche sino todos los días) un desfile de motos detenía su marcha y seguía después de comprar cocaína, acto para el cual es necesario cuidarse de las miradas. Pero no cuidarse por considerarlo inconveniente sino para no sapear al vendedor.
Volviendo al tema del ministro, ha prometido explicar en el parlamento una adquisición de la que está orgulloso: un dispositivo que detectará al instante el sonido de un disparo informando desde dónde provino. “La respuesta dice el ministro, la dará el Ministerio del Interior en apenas 4 a 5 minutos”. ¿Se puede calcular dónde estará la moto desde donde efectuaron los disparos después de 5 minutos?
El tema entonces es mucho más grave de como se nos presenta. No está en la cantidad de casos desbaratados (que está bien), ni la absurda discusión politizada del allanamiento por la noche que debería existir hace años, ni en la mejora del escáner de la Aduana, porque cuando apresamos a uno hay diez más que hacen el intento y la mayoría tiene éxito.
Es un problema del país, un gran problema que requiere graves soluciones o graves medidas porque la solución no está a la vista. Pero en la escuela, en la explicación de los daños humanos, en los riesgos del destrozo de las familias podríamos intentar incidir para que la demanda no crezca y no sigamos ignorando a un niño rodeado de tentaciones.
Si el ministro quiere justificar su sueldo hablando de procedimientos y de cifras que lo haga. Pero así también se pierde una elección.