Los de esta semana no son los últimos episodios de un proceso que agrietó los cimientos del sistema. Ni se ha derrumbado ni corre riesgo de que ocurra en el corto plazo. Pero ¡qué feas cosas le están pasando al país!
No era esto lo que esperábamos los uruguayos ni lo que nos merecíamos. Y como prueba irrefutable, dirigentes de todos los sectores exigen más y más renuncias. Desde el mismo corazón del gobierno viene el pedido contagiado de exigencia porque “no todos somos iguales” dicen senadores, diputados y jerarcas.
Pero si esa división se acentúa en la coalición, imaginemos cuán grande es la brecha en la propia opinión pública donde (casi sin quererlo) los opositores al gobierno encuentran una mina inagotable de argumentos. ¿De dónde entonces se agarran quienes ven semana a semana un episodio ingrato que supera al anterior? Por ahora, solo en la figura del presidente que ha logrado ubicarse de tal forma que simula no haber sabido la verdad ni con Astesiano, ni con Penadés, ni con Marset.
Es difícil imaginar su desconocimiento si tenemos en cuenta su cercanía con los hechos, su inteligencia superior a la media de los gobernantes y el cúmulo de advertencias que suelen llegar de sus asesores que son más de uno. Sin embargo otros presidentes atravesaron también embarazosos capítulos, como Mujica en el remate de Pluna o Tabaré con las actas de Defensa en las que se pasaron la responsabilidad unos a otros. Y entonces, la verdad tenemos que buscarla en aguas más profundas es decir en cuál es la razón para que un presidente no pueda tomar a tiempo decisiones que resultan clarísimas para cualquier razonamiento ciudadano. ¿Será que los jerarcas están atados unos a otros por recíprocos muertos en el ropero?
¿Será que hay cartas en la manga pasibles de ser jugadas y que demoran renuncias evidentes? Aunque no es lo mismo para el presidente volver al país con la tarjeta roja en la mano que encontrarse con las renuncias prontas. Golpe de efecto, que le dicen.
Y qué ocurrirá mañana cuando el canciller declare en la justicia y esta abra nuevos expedientes sobre evidentes delitos que tienen pena de prisión?
Y como la alegría va por barrios, no será difícil que en un tiempo quienes se regodean de los tropezones ajenos los sufran en carne propia, porque el mundo hace tiempo que va camino a un deterioro moral generalizado donde el dinero está antes de cualquier código y la ventaja antes que el derecho.
Abajo, la opinión pública no tiene otra que asistir con impotencia a los titulares sucesivos que hasta hace poco eran patrimonio de los argentinos, pero ¿podremos seguir riéndonos de ellos?