Por entonces Vigodet escribe al Obispo Lué y Riega, haciendo mención a la conducta general de casi todos los párrocos, que, decía, inspiran odios contra los vasallos del rey y conspiran por todos los medios imaginables, pidiéndole al Obispo que ejerza sobre ellos su autoridad eclesiástica, pues atentan contra el orden y la obediencia debida al Rey don Fernando. Menciona a varios prelados que promueven el desorden y la desobediencia a las leyes, nombrando entre ellos al cura de la Colonia, al de Víboras, al de Santo Domingo Soriano, al de San José y a algunos religiosos mercedarios, en especial a los que cumplen funciones en Canelones y en San Ramón.
Dice después que en Montevideo hay varios sacerdotes emigrados de Europa y bastantes misioneros y dice también que “los cree muy a propósito para sustituir en aquellas parroquias a los curas revolucionarios”.
Esto sin duda se cumplió para no dejar las feligresías sin atención religiosa, prioritaria entonces en todos los órdenes, lo que se verá reflejado después, a través de los escritos que estampara el cura Gomensoro en los libros parroquiales de Villa Soriano, denigrando la actuación de aquellos sustitutos, quienes casi no sabían escribir ni expresar lo sucedido a través de las anotaciones, muchas veces mal escritas de las diversas partidas.
Es sugestivo que observando las partidas asentadas en libros parroquiales de esta Capilla Nueva (primer nombre que tuvo nuestra actual Catedral), ellas venían siendo asentadas y firmadas por el cura Manuel Antonio Fernández, lo que sucede hasta el 4 de febrero de 1811 - poco antes del Grito de Asencio- luego de lo cual pasan a ser firmadas por el Reverendo Padre Fray Alberto Faci en lugar del titular que aparentemente habría emigrado en esos días problemáticos, o como veremos después, se había plegado como Capellán a las huestes de Venancio Benavídes. Recién reaparece con su firma Fernández, en nuestros libros parroquiales, el 15 de agosto de aquel año.
El propio Artigas, en varios oficios dirigidos a la Junta de Buenos Aires, menciona con asiduidad y destaca la conducta del Dr. José Valentín Gómez, cura de la Iglesia de Canelones, como también la del Presbítero Santiago Figueredo, establecido en la Florida, quien también debió emigrar en su momento y que poco después avisa a Artigas de su regreso y de su disposición colaboracionista.
No olvidemos tampoco al cura de Paysandú Silverio Antonio Martínez, quien ya el 1º. de marzo de 1811 hace referencia, en carta que se publica en el Tomo IV del Archivo Artigas , a las noticias recibidas de haberse producido el Grito de Asencio el día anterior, incitando ya a sus feligreses a unirse a la algarada y propiciando el envío de un chasque a Buenos Aires, a su propio costo dice, para estar más enterado de la marcha de la revolución.
--------------------------------------
"El día 25 de mayo de 1810, expiró en esta Provincia del Río de la Plata la tiránica jurisdicción de los virreyes, la dominación déspota de la Península Española y el escandaloso influjo de todos los españoles. …. De este modo se sacudió el insoportable yugo de la más injusta y arbitraria dominación y se echaron los cimientos de una gloriosa independencia que colocará a las Provincias de la América del Sud en el rango de las naciones libres… “.
(Extracto de alguna de las distintas diatribas escritas por el cura Tomás X. de Gomensoro y luego tachadas en los libros parroquiales de Villa Soriano.)
--------------------------------------
Esta comunicación se la hace al Comandante patriota Francisco Redruello que estaba al frente del destacamento estacionado en Belén. (Fíjense que establece expresamente que pide enviarse un chasque hacia Buenos Aires por Redruello y que el propio cura se hará cargo de su costo). Sin duda estaba entusiasmado por los acontecimientos que comenzaban a producirse.
Nótese también que los sucesos de Asencio fueron el 27 y el 28 de febrero, mes que no fue bisiesto ese año y ya al día siguiente el cura Martínez (en Paysandú) tenía datos de lo sucedido, lo que indica el entusiasmo que tenían quienes estaban implicados en estos movimientos revolucionarios, para enviar esas noticias por el único medio terrestre posible entonces, cual era a través de un chasque para recorrer esos 130 kilómetros, quien sin duda debió desplazarse a “revienta caballos”.
Tampoco debemos omitir referirnos a quien nos toca muy de cerca por haber sido el cura propietario del curato de Santo Domingo Soriano y posteriormente de esta Villa de Mercedes, como lo fue Tomás Xavier de Gomensoro, cuyo ánimo y fervor revolucionario lo llevó a estampar páginas enteras en los diversos libros parroquiales de bautismos, difuntos y matrimonios, con extensas diatribas contra los sarracenos (según el decía), que lo obligaron a huir luego a Buenos Aires, llevándose incluso sus libros parroquiales, epítetos que luego tachara, haciendo constar que los había escrito en un momento de acaloramiento, pero que son perfectamente legibles aún, y que expresan como nadie, el sentimiento que lo animaba y que sería igual, sin duda, al que sentían los demás sacerdotes de los distintos parajes que se fueron plegando a la revolución oriental.
No sólo colaboraron con su espíritu y con su palabra con el movimiento revolucionario, sino que en muchos casos lo hicieron también económicamente, algunos con sus propios peculios y otros recolectando entre sus fieles colaboraciones en dinero que permitían a los ejércitos patriotas proseguir con sus cometidos
(Veremos numerosos ejemplos de ello en la próxima nota).