XXVI - MULTITUD CRECIENTE Y APOYO ESPIRITUAL
Han transcurrido ya más de 200 años de ue los seguidores del conductor a quien no quieren abandonar, tras él han recorrido ya enorme distancia, plegándose a esa marcha y engrosando sus filas un verdadero y heterogéneo conglomerado de razas, orígenes, edades, sexos y metas e ilusiones, provocando en Artigas sentimientos encontrados, ya que se siente orgulloso de la seguridad que trasmite su personalidad a aquellos desgraciados y a su vez siente que la presencia de tanta gente en pos de su derrotero lo obliga a prestar su atención en el cuidado y seguridad de todos ellos.
Su número tan importante, sus necesidades tan diversas, sus inconvenientes continuos provocados por la dureza del camino que se transita, los precarios medios de que se valen muchos de ellos que, acuciados por la necesidad de plegarse en el momento en que se han enterado de la proximidad del pasaje de aquella marcha por sitios próximos a sus lares, hacen que cada día se retrasen más y más las metas fijadas para arribar a un sitio relativamente seguro, lejos de las amenazas de las fuerzas enemigas.
Mueren en el camino cabalgaduras exhaustas, rompen de continuo varas o ruedas de las enormes carretas o de otros medios de que se valen las familias para transportar lo poco que han recogido antes de incorporarse a esta forzada marcha; los trastornos son múltiples y variados, los físicos también se resienten, pero nada de eso detendrá la resolución de seguir el camino que se ha fijado quien arrastra tras de sí, como un caso único en el mundo, esta pléyade de personas.
Si bien se han dado sí a través de la historia diversas emigraciones provocadas por diferentes causas como las que producen las guerras, las epidemias, la hambruna, los genocidios tratando de salvar cada cual su propia vida, pero que una persona arrastre tras de sí tan grande número de voluntades por un ideal o un futuro mejor, sólo tendría como antecedente el relato del cruce del Mar Rojo en pos de Moisés.
Pero las penurias y sinsabores que señalaban cada día se soportaban por personas estoicas, acostumbradas a vivir una vida de privaciones y en general con escasos recursos, lo que se demuestra en la solicitud que, mientras van marchando realiza Artigas a la Junta de Buenos Aires, pidiendo que se nombre al cura Santiago Figueredo como Capellán, para que atienda las necesidades más imperiosas que la fe religiosa que todo aquel pueblo en marcha reclama.
Y estas necesidades eran, como lo manifiesta el propio Figueredo, no sólo la atención espiritual de la misa diaria, del auxilio de la fe, de la religión a los enfermos, a los moribundos, sino también la necesidad de celebrar uniones religiosas de parejas que en esos largos meses habían decidido realizar vida en común, en muchos casos ya practicada desde antes o que se habían encontrado en esas largas y nostálgicas noches en que se reponían fuerzas luego de marchar durante horas y horas diariamente.
También se debía atender el cristianizar a quienes habían sido dados a luz en la costa de algún arroyo o en el duro piso de una carreta, llegados en momentos poco propicios para conocer desde la cuna la dura realidad de la vida.
Orillado el caserío de Paysandú se debían aún trasponer los ríos Queguay y Daymán antes de llegar al Salto Chico, lugar elegido para aventurar el cruce del Río Uruguay en busca de un sitio donde poder desplegar durante un tiempo indefinido, tanta cantidad de personas y animales: la época era propicia en parte pues una dura sequía permitía el vadear los cursos de agua en su mayoría por sitios poco profundos, pero esa misma sequía perjudicaba el alimentar a tantos animales por la escasez de pastos y la falta de agua para abrevar a los mismos. Recordemos que la mayoría de los pueblos entonces no sumaban más de 1000 vecinos y que, como veremos en la próxima nota, en un censo que Artigas envía a la Junta de Buenos Aires, se registran más de 4.000 personas y se indica que quedan muchas más sin censar en zonas cercanas siguiendo la marcha de este ejército.