Demasiado dolor para un pueblo como el argentino que lo ha perdido casi todo en los últimos años, y no sabe cómo procesar la muerte de su ídolo del último medio siglo. Todas las recomendaciones del gobierno se tiraron por la borda cuando el presidente eligió la propia Casa Rosada para un velatorio que se presume será el más concurrido de la historia.
Ni la muerte de Evita igualará hoy la presencia de más de un millón de argentinos de todas las edades y culturas. Decretados tres días de duelo nacional, el presidente decidió que la Casa Rosada como sede del gobierno sea acondicionada para la gigantesca despedida de hoy.
7 presidentes fueron velados allí, aunque hoy el convocante es Maradona. Desde este lado del rio de la Plata las cosas se vieron y se verán diferente, y no se puede entender el exceso de veneración que genera en cada argentino. Escenas que rayan el ridículo componen desde el mediodía de ayer la reacción de cada fanático incapaz de procesar la muerte en los canales naturales. Es que nadie pensaba que en un año particularmente atroz para la argentina, el país perdería además a su principal motivo de orgullo, más alla del malabarismo, de la historia del chico pobre que se hizo rey, y de su condición de superhéroe que pareció poder sobrevivir a las drogas, a la violencia hacia su familia, a los engaños y a una conducta que en cualquier otro argentino hubieran resultado lapidarias. Desde acá no se puede comprender este fenómeno que en el mejor momento de su vida vengó con un gol de maravilla, los muertos que cayeron en Malvinas. Argentina lo hizo Dios aquel día y no está lejos que en poco tiempo se lo proponga como Santo porque la historia de la humanidad está llena de irracionalidades. A los 60 recién cumplidos permanecía aislado en una casa familiar después de su internación urgente y posterior operación. El mismo día de su cumpleaños una imagen deplorable del ídolo que no podía sostenerse en pie anticipó el deterioro, negado luego por noticias que hablaban de una recuperación fantástica como la que 20 años antes en Punta del Este lo sacó de la muerte por apenas unos minutos.
Maradona muere el mismo 25 de noviembre que tres años antes se había llevado a su mejor amigo Fidel Castro junto a quien desafió a la política internacional.
Apenas se habían tomado las primeras medidas para su autopsia cuando el presidente Alberto Fernández se adelantó a anunciar que el velatorio se haría en la Casa Rosada, dejando por el camino casi 10 meses de exhortaciones y prohibiciones para evitar más contagios entre un pueblo que ya ha perdido a 37 mil. Pero ningún periodista, incluso los mayores críticos del gobierno, se animó a cuestionar la decisión.
El obelisco se cubrió rápidamente de manifestantes sin tapabocas expresándose en abrazos, gritos de histeria, y loas a Maradona como los que se cantaban desde las tribunas, un festin para el Covid, un paso atrás para el predicamento y la credibilidad del gobierno y un augurio de más muertes. Pero es que Argentina parece creer que, muerto Maradona, ya nada más tiene importancia.