En todos los pueblos de la Banda Oriental fueron comunes las epidemias de distintos gérmenes que se diseminaban con rapidez a través de la campiña debido a la permanente movilidad de tropas, a personas que cambiaban habitualmente de residencia buscando un lugar apropiado donde establecerse definitivamente, a la movilidad de ejércitos que en pocas horas recorrían largas distancias, desperdigando en sus desplazamientos esos gérmenes propicios para el comienzo de una epidemia, como también se debían al constante arribo de embarcaciones de diferentes lugares del mundo a los diversos puertos de la zona.

Decíamos en nota anterior que debido a las impurezas en las aguas de los ríos, de los propios pozos y agregamos también a la ingestión de alimentos mal cocidos, poco elaborados, sumado a la falta de higiene total, era habitual la difusión de enfermedades sobre todo en cientos de niños atacados del tifus. 

Periódicamente se asomaba por estos lugares la viruela, muchas veces muy virulenta, provocando cantidad de decesos y diezmando algunos poblados. Sus consecuencias eran bastante agresivas, dejando sus marcas en rostros y cuerpos de las víctimas.

No olvidemos tampoco la fiebre amarilla, que produjo en esta zona una recordada epidemia con consecuencias bastante graves también.

De esta fiebre justamente comenta W. Lockhart en la obra “Historia de la Medicina en Soriano” que en abril de 1873 aparece en Montevideo, posiblemente transportada por pasajeros de navíos que arribaban a aquel puerto, lo que rápidamente obliga a cortar las comunicaciones de esta zona con la capital a partir del 21 de dicho mes.

Ya se utilizaba la fumigación en toda correspondencia y bultos, como también la realización de cuarentenas que debían soportarse durante 15 días en los barcos que arribaban.

Al amainar la virulencia de la enfermedad se produce una apertura parcial, rebajando la cuarentena a  2 ó 3 días, según se catalogara a la embarcación como de “patente limpia” o de “patente sucia”. Esta categorización la realizaba un inspector que subía a las embarcaciones al entrar en aguas del Río Negro, en la boca del Yaguary, frente a Villa Soriano.

Pero desarrollaremos ahora el recuerdo de lo que fue la siempre recordada epidemia de viruela negra que ocurriera en el año 1884, acompañada por azar del destino, de una tremenda inundación del Río Negro, de las mayores que han sufrido nuestras poblaciones ribereñas.

A través de una comunicación de los descendientes de don Martín Apecech se conocen varios detalles del origen y desarrollo de esa cruel y mortífera epidemia.

Folleto relatando pormenores de los días en que la viruela negra asoló Mercedes. Obra de la viuda de M. Apecech en su homenaje ( I ).

Atribuyen el comienzo de la misma al arribo de un negro guitarrero que había arribado a Mercedes en una embarcación, acompañado de sus familiares, entre ellos algunos niños. Desplegó su arte en locales del centro de la población retirándose luego, haciendo mención a que debía atender una de sus hijas que se encontraba enferma.

En la mañana siguiente había fallecido su hija y ya el virus se había desparramado por el vecindario donde se habían hospedado, tal vez por haberles ofrecido alguna ayuda, algún alimento o prendas para pasar la noche, lo que comenzó a suceder en la noche del 2 de marzo de aquel año.

Al día siguiente cinco vecinos son abatidos por el virus y se van sucediendo en días continuos aceleradamente, muchos decesos. Así, en los dos días posteriores caen 28 personas muertas y al otro día son 40 siendo la mayoría de ellos hombres adultos.

Son varios los días en que se suman y suman más decesos, cundiendo el pánico en la ciudad y buscando los medios para combatir este flagelo.

Se constituye así una Comisión de Salubridad que integraron Mariano Pereira Núñez, Carlos Albín, Juan y Pedro Soumastre, Bernardino Chans  y Justo R. Pelayo (ambos luego ocuparon la  Jefatura Política) y también el Dr. Escolástico Imas.

La actividad de esta Comisión fue permanente recurriendo al auxilio de los doctores radicados en el medio, por supuesto Serafín Rivas Rodríguez, Eduardo Brugulat, Juan Angel Dufour y el propio Imas.

Se promueve la vacunación que realiza Nicasio Sotojove, quien denodadamente se prodiga de una a otra de las tres farmacias que entonces existían en la ciudad (del Aguila- del Pueblo y del Indio), vacunando en poco tiempo a más de 800 personas.

Se destaca que daba preferencia a los familiares de los que habían fallecido, trasladándose de una casa a otra a pie debido a la escasez de carruajes, ocupando la mayor parte del día.

Como en anteriores epidemias, se blanqueaban las casas de los contagiados que debían evacuarlas y eran sometidos a aislamiento, vacunándose a quienes los recogían en sus domicilios y es aquí que comienza a notarse la figura de un vasco francés, panadero de oficio, don Martín Apecech, quien se dedica en cuerpo y alma, ofrendando también su vida, a organizar el combate a la epidemia.

Como Apecech hubo muchos voluntarios que se distinguieron en aportar su colaboración en distintas necesidades que se iban planteando ante el avance de la peste.           

A tales efectos Apecech promueve entre las señoras de la población, un cuerpo de enfermeras para la atención primaria de los enfermos; dirige la conducción de los fallecidos a su ultimo destino, toma a su cargo las ayudas en ropas, dinero y comestibles para los damnificados, dispone la ocupación de casas disponibles para la cuarentena de los enfermos, está al frente de los equipos que blanquean las casas abandonadas, dirige la fumigación y compromete a carpinteros, hojalateros y herreros para la confección de ataúdes y cruces, conducidos aquellos por las funerarias que existían que eran sólo dos (Varsi y Sosa) y que no daban abasto en su triste trabajo.

En el 2º. Cuerpo del Cementerio local se encontraba la tumba de Martín Apecech que lucía en su loza esta inscripción: ”Respaldados por el agradecimiento público de la población de Mercedes- Yacen aquí los restos mortales de DON MARTIN APECECH que perdiera su vida defendiendo la existencia de los habitantes de nuestra ciudad- Epidemia de Viruela Negra- Año 1884” .

Recordemos que coincidió con una gran inundación que determinó que el Jefe Político Cnel. Pablo Galarza y las fuerzas policiales y militares estaban dedicados a rescatar vecinos ubicados en las riberas de los ríos y en las propias islas, amenazados por las aguas, destacándose también en esta ímproba labor sus dirigidos. 

Es de destacar también el aporte de aquellas tres farmacias mencionadas, que ofrecieron siempre su atención y sus remedios a quienes necesitaban de ello. Todo esto hizo recordar la necesidad de un hospital, del que se carecía hasta entonces, reflotándose la idea que surgía ante cada visita indeseada de los virus de las diferentes epidemias.

Todo esto sumado a la falta de higiene en toda la población, cosa que detallaremos en otra nota para que se aprecie con claridad los peligros que amenazaban a los vecinos, impulsaron también la necesidad del saneamiento, de la purificación del agua que se consumía, la erradicación del perímetro de la ciudad de las caballerizas y tambos ubicados en pleno centro, como también de corrales de cerdos y aves desperdigados en todos los barrios.

Tristes relatos que se renuevan ante cada llegada de estos enemigos invisibles que pueden llegar a visitarnos siempre sin aviso.

Centenarios nichos conteniendo restos de los pilares de nuestra población que fueron demolidos por necesidad de espacio.

– Tal vez por ignorar nuestra historia han sido demolidos numerosos cuerpos de nichos en el 2º. Cuerpo del Cementerio local, que contenían los restos de personas y personajes que forjaron la misma. 

(I) -  del folleto publicado en 1941 firmado por la viuda de don Martín Apecech, cuya carátula se reproduce.

- La mayoría de los datos han sido recogidos de ese folleto y de la obra de W. Lockhart referida.