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23 abr 2020 | 22- EPIDEMIAS EN LA ZONA - I Esc. Alfonso G. Arias

A través del tiempo mucho se ha escrito, individualmente, sobre diversas epidemias que azotaron no sólo nuestra ciudad, sino también la región entera.

Es por demás conocido que en lo que se refiere a nuestra ciudad en particular, el hecho de que siempre hemos dependido del curso del Río Negro en todo sentido, fue lo que hizo popular la fama de que sus aguas tenían el carácter de saludables en virtud de las distintas especies de plantas que crecían en sus orillas, las que las insuflaban de contenidos más que saludables para el ser humano.

Esto era así relativamente, pues a su vez en sus orillas y lo que es peor aguas arriba, se habían instalado varios saladeros, curtiembres y graserías que volcaban todos sus desperdicios en el curso del río, corriendo por supuesto aguas abajo todo ese conjunto de deshechos, masa infecta que se veía aumentada por la gran cantidad de  jabón que utilizaban las numerosas lavanderas que cumplían su función en la costa frente a Mercedes.

Súmese a eso el hecho de que el jabón que se utilizaba estaba confeccionado con la grasa de los animales que se faenaban en aquellos establecimientos que hemos mencionado.

A su vez la población consumía en muchos hogares el agua del río para calmar su sed y la utilizaba en todos sus menesteres, agua que era distribuida por varios aguateros que la extraían asimismo del río, debiendo buscarla cada vez más adentro por el aspecto poco atractivo que presentaba la misma en sus orillas

En algunos terrenos existían pozos o aljibes, pero no todos los vecinos tenían esa alternativa y debían adquirir el agua a  aquellos aguateros, transformándose en potencial vehículo propicio para desatar una epidemia.

Recordemos que en la década del 1860 se carecía de saneamiento y que en la mayoría de las propiedades se practicaban pozos para los residuos orgánicos, ya que no se conocían los pozos sépticos, y cuando aquellos no admitían más contenido, se practicaba otro pozo semejante junto al anterior; propiciando su filtración y contaminación, lo que suponía una atmósfera verdaderamente infecta.

Además, los pozos de los que podía extraerse el agua para tomar, generalmente estaban muy próximos a los pozos negros permeándose hacia aquellos los contenidos de estos.

Las epidemias de viruela más las de sarampión y tifus se suscitaban habitualmente, colaborando en ellas también el hecho de que el cementerio y el basurero se encontraban dentro del perímetro de la ciudad. (1)

W. Lockhart en aquella obra, se explaya indicando los motivos que trajeron a esta población la recordada epidemia de cólera del año 1867-1868 relatando que ese primer año luego de haber ocasionado ya una primera entrada en toda la zona argentina del Río Uruguay provocando más de 2.000 muertos, volvió a hacerse presente y arribó a nuestro puerto debido a la entrada de coléricos clandestinos que burlaron el cierre de los puertos uruguayos.   

Este cierre al arribo de navíos y viajeros había dado buenos resultados, hasta que el pasaje de una embarcación con tropas brasileras que intervenía en la guerra del Paraguay, al llegar a Corrientes se detectó que transportaba enfermos coléricos y se le hizo regresar a Río de Janeiro, pero a su paso fue desparramando el bacilo que no tuvo problemas en prender en Mercedes, tierra fértil para su desarrollo por los motivos que expusimos.

Se menciona que el 3 de marzo de 1867 se produjo el primer caso en Rosario (Republica Argentina) y en 3 meses murieron 487 enfermos.

Ante el constante peligro de las diferentes epidemias la población había tomado sus recaudos, dirigida por el Jefe Político Máximo Pérez que había designado una Comisión de Salubridad que integraba entre otros el Dr. Saturnino Pineda, mientras era el Dr. Serafín Rivas Rodríguez médico de Policía. Otros médicos que se encontraban entonces esporádicamente en el medio fueron el Dr. Diego Marcos Wood – norte americano, quien fue una de las víctimas de la epidemia- el que se había instalado en Dolores-  y el Dr. Mateo Durañona.

A fines de 1867 se tiene noticias de la muerte de 5 ó 6 vecinos que habían fallecido sin declararse las causas y a partir del 15 de diciembre de ese año se toman diversas medidas para enfrentar el mal.

Lamentablemente ya es tarde y la peste comienza a hacer estragos, penetrando en hogares de toda la población sin distinción de edades, nacionalidades, color de piel ni jerarquía social.

La epidemia se desata en forma virulenta y una de las primeras víctimas fue la esposa del mismo Jefe Político Máximo Pérez, la joven Matea Correa de sólo 26 años; poco después cae también abatido el primer boticario del pueblo, el portugués Juan Bautista Cardozo Campos, establecido en las calles hoy Cassinoni y E. Giménez, quien expedía distintos y numerosos medicamentos para combatir la enfermedad. (2) 

   

Se ubicaba en el 2º. Cuerpo, casi a la entrada del mismo, el que hoy ha sido totalmente demolido para construir nuevos nichos.                                                                                       

Atacado también Máximo Pérez por el cólera, tiene que tomar enérgicas medidas y en dos oportunidades solicita dinero al Gobierno central obteniendo 6.000 pesos con los que estableció un lazareto en la quinta del Dr. Luis José de la Peña, después del Dr.  Serafín Rivas.

A poca distancia se encontraba el 2º. Cementerio de la ciudad, destino casi seguro de quienes se habían internado en aquel edificio de aislamiento.

El Jefe Político M. Pérez estuvo a punto de perder la vida atacado por el mal, sufriendo sus consecuencias durante varios meses, hasta que recuperado reasumió sus funciones con la energía que lo caracterizaba.   

Se obligaba por las autoridades a quemar las ropas y colchones de las casas de los contagiados, blanquear todas las casas por dentro y por fuera, barrer las calles, se prohibía la venta de frutas , se impedía la entrada al pueblo de extraños o viajeros, se propendía a realizar grandes fogatas para purificar el aire al que se le atribuía la traída del mal, como también se acusó al Dr. Rivas Rodríguez de ser quien había provocado esa epidemia, en virtud de que sobre el techo de su vivienda, en las noches, realizaba observaciones meteorológicas “con raros aparatos” decían.

El bacilo atacó por supuesto en todo el departamento, provocando numerosas muertes tanto en Dolores como en Soriano, estimándose los fallecidos en Mercedes en 1.200 personas, mientras que otros dicen que en el departamento murieron de 1.500 a 2.000 enfermos. (3)

Son numerosos los nombres de algunas víctimas de esta enfermedad mencionándose en Mercedes  a los comerciantes Vicente Aramburu, Isidro Pedrozo, Antonio  Sandalio  Giménez (4), Eufrasio Escalada, Francisco Baños y su esposa Juana Sánchez, Marcelino Roque Fuentes y su esposa Mercedes Chopitea, Cirila Grané de Costa; el comisario Valentín Gutiérrez en villa Soriano, mientras que en Dolores moría, como dijimos el Dr, Diego M. Wood.

Ante la falta de galenos, se solicitó y arribó a la ciudad un epidemiólogo el Dr,  Lorenzo Lons desde Montevideo, quien como primera medida ordenó examinar las aguas del río y propició diversas normas de higiene. En esa época  existían en la población numerosos curanderos y a falta de medicamentos suficientes y apropiados para la epidemia, cada cual exponía sus brebajes, recetando los que consideraban más apropiados: unos decían que el cognac curaba la enfermedad, otro recetaba infusiones calientes, mientras que otros indicaban el beber agua de arroz, otros el tomar baños de vapor y alguno aplicaba la hidroterapia en pacientes que los consultaban.

La correntina Felipa Gutiérrez tenía su propia lista de emplastos , tés y ungüentos para aplicar a quienes la consultaban, siendo muy solicitados sus servicios, ya que hasta los propios médicos recurrían a ella cuando no acertaban en sus pronósticos.

Son mencionados varios vecinos que se prodigaron en brindar sus esfuerzos para combatir el mal: Zenón Marfetán, Ignacio Della Croce, Juan Idiarte Borda, Miguel Díaz Ferreira, mientras que sobresalieron en Soriano Isidoro Marfetán y el comisario Gutiérrez, en Dolores el médico nombrado Word, el cura Bergareche, el comandante Palacios y varios cuyos nombres no se establecen.

En el pico de la epidemia morían diariamente más de 40 vecinos y quedaban cadáveres insepultos en las calles, no dando abasto el acarreo hacia el campo santo que se hacía en carretas, por lo que Máximo Pérez ordenó realizar fosas en el terreno del nuevo cementerio que se había comenzado a realizar (el actual), en las que se sepultaba a los que fallecían, sin demasiada identificación.

Los cadáveres debían transportarse envueltos en sábanas directamente sobre los carros, por las calles más apartadas y despobladas, tratando de evitar la propagación de la epidemia.

                                                                                       

Referencias

(1) - Wáshington Lockhart – “ Historia de la Medicina en Soriano” –

(2)--  El boticario era de origen portugués, siendo su nombre Juan Bautista Cardozo Campos, pero debido a costumbre de aquel país, utilizaba el apellido de la madre o sea Campos solamente.–

(3) – Cifras estimada por A. Vaillant en sus estadísticas  Podemos considerar exageradas algunas de ellas.- 

(4) -  Antonio S. Giménez era el padre del Esc. Eusebio E. Giménez, quien describe en su obra “Recuerdos del Terruño” que en lo peor de la epidemia mucha gente se refugiaba en las chacras, islas o en países vecinos para estar a salvo de ella, habiéndose instalado su padre con la familia en chacra cercana al Ejido.  Dice Giménez que una noche apareció en el campo un ex peón a pedirle a su padre remedios para la madre que estaba atacada de la peste, a lo que éste accedió dándoselos, y cayó esa misma noche contagiado, sin duda por el mismo peón, para no volverse a levantar más. 

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