Hace nada menos que 18 años que nos ocupábamos en un semanario, que lamentablemente ya no aparece, de este tema que hoy encabeza esta nota.

   Decíamos allí que el agitado devenir de nuestras vidas, nos impide apreciar como se debería, distintos detalles que tienen su propia historia, muchas veces totalmente ignorada y que encierra secretos y desvelos, trabajos y compromisos, agradecimientos y homenajes.

   Y justamente hablamos allí de un verdadero ícono de nuestra ciudad, como lo es el magnífico reloj que luce, desde hace más de 100 años, en una de las torres de la que fue primero Iglesia y hoy Catedral de la Diócesis de Soriano y Colonia.

   Si bien actualmente cada uno de nosotros puede regirse en sus tiempos con nuevos elementos que el progreso ha incorporado a nuestras vidas, hasta no hace tanto este hoy viejo reloj, regía todas nuestras actividades diariamente, mostrándonos al observar sus dos esferas y sus agujas o al escuchar los acompasados y sonoros tañidos de sus campanadas al marcarnos los cuartos, las medias horas y las propias horas una tras otras, que debíamos apurarnos u holgar un rato más, antes de ir a cumplir con los compromisos que regían y rigen nuestras labores, nuestras obligaciones y nuestras propias vidas.   

   “¿Quién ha pasado indiferente frente a la antigua iglesia, sin levantar la vista, necesite o no conocer cual es la hora exacta, para observar que hora está indicando el viejo reloj de la torre izquierda?”, decíamos entonces.

   Y nos explayábamos agregando: “ Y justamente detrás de ese movimiento involuntario de nuestra cabeza, dirigidos los ojos hacia la esfera (hoy renovada) del citado reloj, hay toda una historia, que comienza con el arribo a nuestra población (aún sin la categoría de ciudad), de dos hermanos: Francisco y Joaquín Miláns, provenientes de la lejana Barcelona (España), en busca de mejorar su condición de vida a través del duro trabajo y de la aplicación del producido del mismo a los negocios, propicios entonces, a los que se dedicaron.

   Pasan los años y mejoran de fortuna dedicándose a explotar Saladeros, barracas, casas mayoristas, transporte de mercaderías por barcos propios e inversiones en tierras y propiedades. A través de su actividad logran fortuna que generosamente invierten en obras de progreso para la ciudad ”.

Dentro de su integración al movimiento ciudadano, observan que una de las obras que a mediados del 1800 y llegando, incluso luego hasta comienzos del 1900, se interrumpiera en numerosas oportunidades, como fue la construcción del Templo y que tenía prevista dentro de los planos y proyectos para la terminación del mismo, levantar a su frente dos esbeltas y bellas torres, … “con pleno conocimiento de ese detalle y sabiendo que en el futuro la población necesitaría tener un elemento que fuera de utilidad, y lleno su espíritu de agradecimiento hacia este lugar que le permitiera desarrollar sus ansias de labrarse un porvenir”, don Francisco Miláns Perpunter, conectándose con la tierra de sus mayores, logró adquirir un reloj apropiado para las características que tendrían las proyectadas torres a construirse. 

Logra entonces la adquisición de ese complicado y delicado mecanismo compuesto con innumerables piezas como esferas, agujas, ruedas, pesas, correas, lingas, ejes, campanas, las que fueron adquiridas en la prestigiosa relojería de la calle de Pelayo Nº.54 de la ciudad de Barcelona, propiedad ese comercio de don José Besses, reputado relojero de aquella ciudad, todo lo que fue importado con destino a nuestra ciudad en numerosos cajones en los que permanecieron largos años sin dársele el destino señalado.

En la esfera con frente a la Plaza principal de nuestra ciudad, se detalló luego, con letras negras, legible a larga distancia, el agradecimiento de nuestra población al generoso donante, pintándose una leyenda que decía:”Donado por Francisco Miláns en 1897”.

Ese fue el año en que llegó a Mercedes este hermoso obsequio del agradecido catalán, quien hizo entrega del mismo el 24 de setiembre de dicho año en homenaje al día de la Virgen de las Mercedes.

Seguíamos estableciendo en aquella nota lo siguiente: “… las torres aún no estaban construidas y su realidad estaba aún lejana; recién con la llegada del Cura Vicario Pbro. Augusto Rey se le dio un nuevo impulso a la construcción, erigiéndose las dos torres e instalándose el reloj que permaneció embalado de origen hasta aquel día, alrededor de 1915 en que se estuvo en condiciones de instalar aquella complicada y delicada maquinaria en el sitio al que se le destinó.

   Debió preverse asimismo una configuración semejante a la restante torre, para que no desentonara en su aspecto edilicio con la estructura total”.

El Profesor W. Lockhart hace varios años atrás, realizó un cálculo de la cantidad de minutos, de horas y de campanadas que había cumplido este enorme artilugio en beneficio de nuestra población, mecanismo que tal vez al darse cuenta de lo que había realizado hasta entonces, se detuvo por deterioro de una de sus pesas, corroída en la parte metálica por la herrumbre que hizo que se desprendiera de su linga, produciendo esa pesada masa, de entre 50 y 60 kilos, daños en la estructura de uno de los techos del baptisterio.

Lamentablemente el paso del tiempo ha comenzado a producir el desgaste lógico de varios de los engranajes y piezas de la delicada maquinaria,  parte de la cual, en lo que se refiere a la regulación, la lubricación, la limpieza y control del acompasamiento de la marcha está protegida por una hermética caja de cristal, sólo abierta por quienes han tenido a su cargo el control de la marcha de tan complicado mecanismo.

Para poder llegar al sitio donde está el corazón del reloj deben ascenderse más de 100 peligrosos peldaños, al comienzo de hormigón y luego de madera , peligro acrecentado por la proliferación de insectos y avispas que anidan en aquellos altos sitios, por lo que debemos también hacer homenaje a quienes a través de tantos años han tenido la enorme responsabilidad de controlar la exacta marcha del tiempo, reflejado en sus dos esferas a través de sus pesadas agujas, debiendo mencionar a Santiago Rossi,  a José Binnewies, Francisco Castelli, Santiago Rossi (hijo), Sabas Fernández, Eduardo Sclavi, Juan Antonio Perdomo y actualmente al hijo de este último Milton Perdomo.

  “La instalación de semejante complejo mecanismo se le encomendó a un novel relojero de la ciudad, … quien se las ingenió para dejar en marcha el mecanismo de una máquina que superaba en por lo menos el doble de tamaño a las que él recién comenzaba a dominar. Quien logró poner en marcha por primera vez aquel complicado aparato fue el recordado Santiago G. Rossi, a quien el armado de aquel “puzzle” le insumió 15 días de arduo trabajo”.

Actualmente el desgaste producido en varias de las delicadas piezas de ese mecanismo, han desacompasado la precisión en el tañido de las distintos campanadas que deberían oírse en igual tono, haciendo que en algunas oportunidades no se escuchen algunas de ellas. 

Ciento diez años no es poca cosa, demostrando la calidad de la maquinaria que el agradecido catalán obsequió a nuestra población en prueba de agradecimiento.

Datos interesantes: Las esferas tienen 2 metros  de diámetro y en las mismas se han sustituidos varios vidrios, destruidos por los vientos y el paso del tiempo, los que indicaban las horas, en números romanos, imitadas ahora por similares en plástico, según dijimos.

Las agujas que marcan los minutos miden 1 metro 50 de largo por 0,60 metros de ancho y 0,80 metros de alto, siendo más cortas las que indican las horas.

El péndulo mide 1 metro 20 cms. de largo.

Las pesas son tres, las que regulan el movimiento, las horas y los cuartos de hora respectivamente.

La cuerda debe darse cada cuatro días, estando prevista inicialmente para más largo tiempo, pero por existir entrepisos construidos antes, debió abreviarse su recorrido.

El eje que acompaña simultáneamente el movimiento de las agujas de las dos esferas (la del norte y la del sur), mide 5 metros de extensión con un ancho de un metro de espesor.

Para colocar las agujas en su lugar, en ambas esferas, Santiago Rossi, joven entonces, debió arriesgar su vida, sujeto a una cuerda y balanceándose en el aire para poder  dirigir e implantar esos pesados materiales hacia sus respectivos ejes.

En dos ocasiones las lingas que sostenían las pesas que contra-restan los diversos movimientos de las diferentes piezas cedieron, descolgándose aquellas de su posición y provocando destrozos en el techo del baptisterio, todo lo que fue reparado en su momento.

Por lo tanto, cada vez que miremos, de ahora en más el viejo reloj de la Catedral, recordemos que no apareció allí porque sí, sino que exigió para que sirviera a toda la población, el esfuerzo, la dedicación, la nobleza, el desprendimiento y el sacrificio de muchos vecinos  a través del tiempo, para que fuera útil a varias generaciones que han visto transcurrir sus vidas, reguladas por las agujas de ese reloj.