Todos los años Mercedes es sorprendida con la llegada de grupos misioneros que trabajan en diferentes áreas con niños y adolescentes de barrios carenciados. En esta oportunidad lo han hecho alumnos del Colegio Juan XXIII cuyo director es el Padre Hugo Espinosa, quien estuvo compartiendo algunas de las jornadas desarrolladas en la ciudad.
Sobre las vocaciones misioneras el sacerdote reconoció que “en este tiempo vemos un despertar muy fuerte de los adolescentes y los jóvenes con todo lo que tiene que ver con el voluntariado. Algunos, motivados por el deseo de compartir con otros, de servirlos, de vivir una experiencia muy especial se acercan a estas propuestas que en algunos casos se extienden durante un año en países de la región. Después también tenemos jóvenes motivados por la fe que resuelven poner de manifiesto todo lo que sienten y compartirlo con otros y eso también es un voluntariado.
Este despertar felizmente no sólo se da en nuestro país, sino que también en otras zonas del mundo. Estoy encargado del voluntariado salesiano y veo cómo muchos jóvenes en el mundo se prestan a vivir esta experiencia durante un año y comparten con otros el día a día. Este año nuevamente tenemos un envío de chicos hacia países de Africa, Ecuador y México, mientras que otros salen de otros países y llegan a América. Vemos una mayor sensibilidad por el otro y por hacer el bien, lo que es muy importante porque nos muestra el lado humano de la gente.
Las experiencias que se viven en cada misión permiten a los jóvenes madurar, se cuestionan muchas cosas, reflexionan, comparten con los otros su visión sobre los hechos, ven que hay diferentes miradas.
Eso lo observo ahora desde la dirección que ocupo en el Colego Juan XXIII donde llegan jóvenes de 98 colegios diferentes, por lo que los pensamientos, las opciones religiosas, políticas, sexuales, experiencias de fe, de familia, son tan variables que generan una cultura del encuentro y en la dinámica de formar agentes de cambio en la sociedad, esos hechos son fundamentales. Ellos mismos reconocen que en todos los lugares encuentran algo para compartir, escuchar, dialogar y son capaces de mirar más allá de su propio “ombligo”. Eso les permite tomar un proyecto de vida serio y encontrarle sentido a la vida, cosa que muchas veces no se ve en los jóvenes. No hay que olvidarse que en estos tiempos ellos están bombardeados por la tecnología, tienen satisfacción material, pero a veces están insatisfechos en otras cosas que son realmente lo importante en la vida.
Se cuestionan muchas veces para qué están, quiénes son, qué quiero ser, hacia dónde voy, quién los ama y por eso esta experiencia de misión ayuda mucho a encontrarse con todo esto porque salen de su zona de confort y se lanzan a ese protagonismo, a ese ayudar al otro con una gran capacidad de sacrificio, lo que les permite encontrarse a sí mismo.
Don Bosco decía siempre que es imposible educar si no se parte de lo positivo, de lo bueno que hay en el joven y cuando uno descubre esa cuerda de bien y la tira, ahí se despliegan un montón de hechos sumamente valederos”.