Yamandú Orsi tiene por qué saber más que cualquiera de nosotros sobre las causas que llevan a la empresa japonesa Yazaki a irse del país. Cuando Orsi era el secretario general de la Intendencia de Canelones asistió a la inauguración de la moderna planta y luego como Intendente estuvo cerca del proceso que lo conoce a fondo.
Yazaki fabrica arneses de cables automotrices y componentes electrónicos para la industria de los automóviles. Muy a diferencia de nuestra cultura, los japoneses tienen bien claro el SI y el NO y su nobleza (imposible de entender para el sindicalista medio del interior) les llevó a hacerse cargo de cursos de capacitación para quienes sobrevivan cuando ellos hayan retirado todas sus pertenencias llevándolas a Paraguay.
Es que la legislación laboral en muchos países que compiten con el nuestro es bien diferente y a la hora de evaluar los costos no hay dos opiniones.
¿Estamos hablando de hambrear a nuestros trabajadores para hacerlos competitivos? NO. Pero la realidad es la que manda y es de orden principalísima entender cómo funciona el mundo. Quizá no se trate de pagar sueldos miserables pero sí de desarrollar una cultura del trabajo a la que no estamos acostumbrados. Lo vemos en la mayoría de las empresas locales donde el viernes es una especie de oasis bienvenido y el lunes suena a esclavitud. Mínima responsabilidad.
Orsi dijo saber de boca de los voceros japoneses que le dieron las explicaciones del caso, que los constantes paros exagerados dispuestos por este sindicalismo improvisado había dejado serios perjuicios hasta que llegó un día en que resultaron inadmisibles. Ahora, sin trabajo y con la certeza de que cada uno recibirá sus despidos y luego quedarán en la calle, se lamentan ante un periodismo que prefiere no preguntar sobre las verdaderas causas.
¿Es Yazaki una empresa de tontos que prefieren cerrar e irse después de una inversión de millones de dólares, solamente por el placer de jugar con la gente? Hace bien pensar a veces por qué la economía mal concebida lleva a trasladar a otros los costos. Lo hace la Ute, la Coca Cola, los cigarrillos y cualquier actividad que pueda tener otro más abajo a quien presionar para pasarle el fardo. Pero (como en este caso) cuando el que compra pone el precio, se acaban los juegos del vivo.
El comercio mundial viene de nalgas y solemos encontrar las soluciones evadiendo obligaciones, mientras todo lo que es clandestino parece ir encontrando su nicho.
Es cierto que Yazaki no nos toca, está lejos, no la conocíamos y el dolor de 1.200 familias es dolor de otros. Y es que entre esos cientos debe haber unos cuantos que no estuvieron de acuerdo en el paro pero igual pagarán las consecuencias. Sería buena cosa del ministro electo y de quienes tendrán ahora en sus manos las teclas de la economía futura evitar la explicación fácil poniéndose del lado de los activistas porque no los están ayudando. Al contrario los están induciendo a pensar que tienen razón, que las empresas son enemigas del que trabaja extendiendo así el odio a otros dirigentes que no saben, no pueden o no quieren razonar.