"Tener fe - repetía alegremente un amigo- es confiar en que la luz de la heladera se apagará después de cerrar la puerta”. Su profundo humor e ironías entretenía los encuentros donde generalmente estaban sobre la mesa de la discusión los temas que han preocupado desde siempre. Han pasado unos cuantos años desde entonces y los más mayores van notando cambios en las preferencias y costumbres.
Se nos ocurre especular con que la aparición en escena de las redes sociales ha estado y sigue estando directamente relacionada con lo que parecen un deterioro cognitivo de la mayoría que contrasta con las épocas en las que la evolución se notaba en la cultura desplegada en las familias.
Podríamos analizar los hechos citando ejemplos, aunque en realidad miremos a donde miremos, encontraremos el mismo fenómeno: el descreimiento.
Este fin de semana el comentario de un sacerdote sacó a luz un hecho más: la bajísima asistencia a los cementerios en el día de los difuntos. Se refería a los cementerios de Montevideo pero también observamos el fenómeno aquí: parece no haber tiempo ni siquiera cuando el día anual cayó un sábado. Pero el cura que observó el hecho debe estar también preocupado por otra realidad: la constante baja de afluencia a las iglesias. Y podríamos seguir el repaso con los reiterados cuestionamientos que la gente suele hacer sobre la importancia de las vacunaciones, si no fue cierta la llegada a la Luna, si las torres las tiró abajo Bush, si la tierra no es redonda, si los políticos son todos corruptos, si Marset manda más que Lacalle Pou, o si Bielsa es un fantasma que nos quiere arruinar junto con la Conmebol.
Las redes sociales son simplemente eso: redes que abren la posibilidad a cualquiera de difundir lo que considera su verdad. No preocuparía si se tratara de unos pocos que tienen derecho de decir lo que piensan. Pero el problema es cuando la suma de los descreídos es lo suficientemente grande como para desconocer su peso.
Si a esa realidad le sumamos que en otros tiempos cristalizaron realizaciones arquitectónicas maravillosas, que hoy son suciedad y abandono. Entonces es hora de preguntarnos por qué camino vamos.
Si los habitantes de una ciudad no son conscientes de contribuir al cuidado del patrimonio de todos estamos en el mismo problema de aquellos a los que les da lo mismo un graffiti que una escultura, o que empiezan a preferir las burdas canciones antes que las realizaciones musicales que cobraron fama auténtica.
Que el mundo y la humanidad van cambiando no está en discusión; el tema es saber si somos más felices ahora destruyendo por placer.