La actitud de ayer de la inmensa mayoría de los ciudadanos demuestra que elección tras elección nos vamos alejando de la costumbre de elegir aunque todo el años estemos procurando que se nos escuche. Para hacernos escuchar hemos elegido el peor de los caminos: escribir pavadas, insultos y chanzas en los sitios con los que internet ha logrado ir estupidizándonos. La espalda que la opinión pública le ha dado una vez más a la convocatoria al primer paso hacia la elección de quienes dirigirán el país, es una vez más, llamativa.
Por un lado podría atribuirse a un reproche, descontento o castigo hacia la clase política que por otra parte no ha hecho mucho por ganarse credibilidad y respeto.
Visto a la inversa, podría ser el resultado de años de degradación social donde en todos los planos se han ido abandonando valores, exigencias, compromisos y respeto cambiándolos por la cosa fácil.
Pocos se salvan de la culpa que en tren de ser compartida se diluye de una manera alarmante disolviéndose rápidamente a la espera de una nueva novedad: Hoy juega Uruguay y poco importa quién o quienes habrán quedado autorizados a competir por presidencias, e intendencias.
Esto no viene de ahora sino de años. Y hasta podría explicarse de la manera más llamativa: estamos tan bien que el país no necesita arreglos importantes.
La verdad es que desde que la sociedad se partió en dos, resultó imposible buscar la manera de hacer coincidir a los uruguayos en la búsqueda de una nación decidida a elaborar su propia prosperidad. A la mínima iniciativa de una de las partes se antepone la otra buscando como descalificarla como si en las desgracias de unos pudiera edificarse la felicidad de otros.
Quienes todos los días alientan esa división con una mirada mezquina y mentirosa no sienten otra cosa que el eco de su propio resentimiento: unos porque no son hoy lo que eran, otros porque quizá nunca lo serán y otros porque siendo temen dejar de serlo.
Las palabras vacías que se escucharon ayer de parte de todos los candidatos, responden a algún tipo de necesidad: quizá el de llegar a un público que entiende cada vez menos, y lo peor: que ni siquiera le interesa saber en qué mundo vive.
Y así, alimentando seres a los que solo se les llega prometiéndoles una zanahoria, los responsables del país de hoy han dejado a un lado el primero de los compromisos: hacer funcionar el sistema sobre el cual jugarán todas las variables que se puedan imaginar.
Lo de ayer no fue ni el frío, ni las vacaciones, ni el fútbol; fue el resultado de un desmoronamiento gradual de nosotros como sociedad en ese facilismo de dejar a un lado lo que da trabajo enseñar desde instrucción hasta modales, desde historia a redactar una carta, desde aspecto personal hasta estética. Todo estamos perdiendo, y ahora también la posibilidad de decidir libremente por nosotros.