Cuando Descartes se preguntó en el siglo 17 si un complejo sistema mecánico compuesto por poleas, engranajes y tubos podría emular el pensamiento humano, estaba muy lejos del proceso que llevó hasta nuestras computadoras pero mucho más lejos aún del sueño actual: una máquina que tenga una inteligencia de tipo similar a la humana.
Entre Descartes y nosotros estuvieron Allen Newell y Herbert Simon formulando la hipótesis del Sistema de Símbolos Físicos origen del sistema dominante conocido como Inteligencia Artificial y la computación evolutiva de Holland en 1975 copiando el funcionamiento de la neurona humana con el conocido sistema binario (0-1).
La actual predicción es aventurada y quizá exageradamente optimista ya que apuesta a que en 25 años será posible convivir con una máquina lo suficientemente elaborada como para superar la inteligencia humana, pensar con reflexión y sobre todo tener sentimientos. En realidad aterra. Aunque pensándolo bien si su estructura estuviera dominada por los buenos sentimientos (de los que los humanos carecemos) quizá nos mereceríamos pasar nosotros a ser dominados ya que tal parece que en millones de años de evolución no hemos sido capaces de construír un mundo habitable, feliz y próspero para todos.
Cuando miramos la historia de la humanidad donde el “progreso” se mide en misiles, endeudamientos, esclavitud y hambrunas no es posible esquivar la descabellada idea de que hubiera sido mejor otro destino.
La complejidad del cerebro humano dista mucho de los modelos de la IA y conduce a pensar que la llamada Singularidad (es decir superinteligencias artificiales basadas en réplicas del cerebro capaces de superar la inteligencia humana es una predicción con poco fundamento científico.
La llamada Inteligencia simple (o débil) es aquella que basa su funcionamiento en la réplica de datos sucesivamente almacenados que les permite realizar complejas operaciones en segundos, siempre que en su base esté impreso el plan a seguir.
Pero así como con la IA una máquina puede transformarse en invencible para una partida de ajedrez, la misma máquina no es capaz de jugar a las damas (un juego mucho más sencillo) si no ha sido programada para tal función.
Es por ello que la apuesta por la Inteligencia Fuerte va en dirección a lo inimaginable mediante la teoría de que así como Descartes no encontró respuestas a su pregunta formulada hace más de 400 años, quizá los científicos del mañana expliquen el origen de la vida, el origen del universo y la estructura de la materia.
Pero la IA tiene apenas 60 años de vida (un brevísimo momento en la escala cósmica del tiempo al decir de Carl Sagan). Pero nos quedamos con la poética definición de Gabriel García Márquez al sostener que: “desde la aparición de la vida visible en la Tierra debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar; otros 180 millones de años para fabricar una rosa con el solo compromiso que el de ser hermosa; y 4 eras geológicas para que los seres humanos fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y morirse de amor.”