La peor ironía para un partido que ha buscado descontar diferencias recomponiendo errores es que su principal autoridad sea el que le aseste el golpe de gracia.
“Vos los raspás un poquito y te das cuenta enseguida que abajo del saco no tienen nada” decía con fino humor una querida docente a propósito de los que se visten de cracks creyendo impresionar con una imagen inventada.
A Iturralde lo conocimos de pies a cabeza cuando hace un par de años llegó a Mercedes exigiendo “la expulsión sin más trámite” para el edil Israel Acuña acusado de intentar sacarle una foto a su colega dado que “había socavado lo más sagrado del Partido Nacional”. Iturralde se hizo humo cuando la justicia se pronunció y le correspondía dar la cara pidiendo disculpas. Este adalid de la ética, la honestidad, la transparencia y las convicciones profundas cayó por su propio peso junto con su disfraz de caballero elegante de Pocitos con el que recorrió el país dictando cátedra. El error del Partido Nacional fue elegirlo presidente y ahora paga las consecuencias.
Pero si lo de Iturralde es impresentable, también lo son las explicaciones con las que algunos dirigentes blancos han pretendido justificar su actitud, empezando por Alvaro Delgado que calificó la renuncia de “valiente” ¡¿Cómo valiente?!
El señor Delgado es el principal candidato de un sector que acaba de ser cuestionado por su propia compañera de ruta por un imprudente y exagerado gasto publicitario que alguien debe explicar. Está a la cabeza de las encuestas del oficialismo y debería ser el portador de las principales banderas que representen los valores de la república.
Pero cuando se acusa y destrata al Poder Judicial con gruesos calificativos parece estar todo dicho. Al mismo tiempo otros dirigentes como Gandini han sido igualmente ligeros con sus juicios indicando por ejemplo que “uno a veces no cuida lo que dice porque confía en que lo dice en privado”...
Más allá de si la oposición se regocijará aprovechando el tropezón sin necesidad de hacer la zancadilla, lo que aquí se viene es una fuerte tormenta que se abatirá sobre el país porque se están perdiendo los estribos, y se apelará a cualquier cosa ya que el crecimiento de unos parece basarse en los perjuicios del otro.
¿Quién gana en esto? Sin duda los descreídos, esos que aparecen en las encuestas en el lugar de los “no sabe, no contesta” y que engrosan el porcentaje de votos en blanco. ¿Y qué gana el país con una población que no cree en el sistema republicano? Simplemente logra que el razonamiento simplista se afirme en que “son todos corruptos”
Lo doloroso es que esa imagen no solamente la dan los Iturralde, sino los que lo defienden y en su afán de ensayar respuestas improvisadas se entierran a sí mismos.
Uno puede imaginar lo que hoy está pensando el blanco de a pie, el que piensa que aquellos ejemplos que bajaron de los grandes líderes están en buenas manos, que se ha aprendido y mejorado y que el Uruguay de hoy no necesita lupa para encontrar honestos.
Hoy es un día doloroso para la república y para la democracia.