Como quienes se adormecen de tanto observar las mismas escenas, la propia policía, los jueces, legisladores, prensa y todos aquellos que tienen su incumbencia en la vida de todos los días, dejan pasar los sucesos de violencia, que uno tras otro forman la cadena de acontecimientos de cada día.
No vamos a contar aquí los episodios que en la última semana horrorizaron a los uruguayos encabezando los informativos y las páginas de la prensa, pero sí vamos a pintar una escena cotidiana para razonar lo que nos sucede.
En una calle cualquiera, oscura o no pero más o menos desierta, una mujer se cruza en su camino con un hombre que circula en sentido contrario. La postura de la mujer se concentra en la posibilidad de que ocurra algo en su contra. Piensa en un arrebato, la exhibición de un arma o un movimiento contra su persona y por las dudas aún inconscientemente dirige su mirada a las manos del sujeto. Por las dudas.
Pero nada de esto sucede. El hombre sigue su camino sin que nada ocurra por lo que la mujer exhala un suspiro de alivio. ¿Cuántas veces ocurren hechos como éste en la ciudad? Y cuál es la razón para que en cada oportunidad en que dos personas cruzan sus caminos esté presente la sospecha? Por lo general no sucede nada, pero a veces sucede y por las dudas las mujeres dicen que prefieren no mirar a la cara de quien probablemente es su vecino a riesgo de que no se entienda su gesto. La violencia se ha venido abriendo paso con demasiada rapidez. Ha tenido algunas atenuaciones que para los responsables de la seguridad ha sido propicia para auto-atribuirse éxitos de gestión, pero ¿Qué se puede hacer en un mundo donde la violencia es la regla y el amor la excepción? Ya se sabe que el hombre es intrínsecamente malo, que su genética heredada de sus tiempos de mandril aflora cuando algo no se alinea con sus deseos más fuertes, que la pelea por los hijos, por el dinero, por los derechos, no puede ser contenida por los mecanismos del cerebro encargados de las enseñanzas de años.
Pero si existe una luz de esperanza frente a la convicción de que estaría todo perdido son los estudios que sostienen que dos determinados genes, han sido la causa de un comportamiento violento en delincuentes. Los libros enseñan que: ”Estos genes hablan de la cantidad de dopamina en el cerebro y del consumo de drogas.Los genes anteriormente mencionados estaban especialmente presentes en personas que habían delinquido usando la violencia lo que no implica que todos los humanos que presenten estos genes deban ser agresivos Dicen los científicos que su activación a esta forma de actuar tiene una relación estrecha con el ambiente que les rodea.
En este sentido podemos decir que la herencia, lo que determina, es una predisposición a comportarnos de una determinada forma. Así, unas personas están más predispuestas al bien que al mal, y viceversa. Pero es el contexto o ambiente donde nos desarrollamos el que nos favorece a optar por un comportamiento específico, dejando la carga genética a un lado.”
Definitivamente, y resumiendo, podemos determinar que, si bien el comportamiento tiene una base genética, serán los aspectos ambientales los que lo derivarán hacia una dirección u otra. Tarea para muchos, además del gobierno.