Según Yuval Harari autor de “De animales a dioses”, nuestra especie Homo Sapiens se impuso misteriosamente entre otras seis en su lucha por la existencia a lo largo de cien mil años. Desde los primeros hombres que caminaron sobre la Tierra hasta los devastadores avances de las revoluciones cognitivas, agrícola y científica, hay un extenso camino hasta modelar nuestra sociedad.
Así, nuestros primos chimpancés suelen aún vivir en pequeños grupos de varias decenas de individuos donde su estructura social es jerárquica dependiendo de un miembro dominante el conocido macho Alfa quien mantiene a raya la armonía dentro del grupo. Dice el autor que cuando dos machos se disputan la posición Alfa suelen hacerlo formando coaliciones de partidarios donde los lazos entre ellos se basan en el contacto íntimo: se abrazan, se tocan, se besan, se acicalan y se hacen favores mutuos, “de la misma manera que los políticos humanos en las campañas electorales que van por ahí estrechando manos y besando a niños”. En consecuencia el macho Alfa gana su posición no porque sea más fuerte físicamente sino porque lidera una coalición grande y estable. Los humanos heredamos de ellos las mismas conductas con un problema por delante: los grupos mayores a 100 comenzaron a tener problemas de relacionamiento y mantener unido a un contingente fue posible solamente cuando los humanos encontraron la fórmula mágica: creer en mitos comunes. Cualquier cooperación humana a gran escala está establecida sobre mitos comunes que solo existen en la imaginación colectiva de la gente, gente que es capaz de arriesgarlo todo hasta su propia vida si cree fervientemente en una causa, patria, religión o emblema.
Está tan demostrada esta realidad que a diferencia de los emprendimientos de siglos atrás donde el hombre era la empresa, progresaba con ella, caía con ella y terminaba siendo el responsable único, el mundo moderno de las empresas creó modelos que dejaron al hombre por fuera de sus responsabilidades directas. Las demandas, los fracasos y las pérdidas pueden caer sobre la empresa, pero rara vez sobre el hombre y aún así, muertos todos los operarios y desmanteladas todas las instalaciones, la empresa puede sobrevivir solo con saber manejar la ilusión de una marca y el prestigio que de ella se supo tener algún día.
La política no escapa a esta realidad como no escapa la religión, ni los equipos de fútbol, ni las grandes corporaciones, ni las naciones, ni ninguna asociación que haya logrado acuñar una idea y sostenerla en el tiempo.
Así que, llegado el tiempo de las elecciones comenzaremos a ver cada vez con más frecuencia expresiones demagógicas, promesas, abrazos, besos y sonrisas buscando fortificar el grupo competidor como lo hicieron los chimpancés, los primates, los reyes y los profetas a lo largo de los últimos 10 mil años.
¿Son todos mentirosos? No. En realidad la mayoría cree firmemente y está convencido de que sus promesas podrán ser cumplidas. Pero otros se afilian a la supuesta inocencia de la gente y sus falsas posturas se notan. Y como todo viene de tan atrás y está cimentada en nuestras conciencias educadas años tras años resulta imposible otra cosa que no sea creer en quienes supuestamente tienen la misión de guiar a la humanidad. En fin…