Cada tanto, nos topamos con sucesos que nos cuesta comprender (por lo inesperado, por lo absurdo, por lo patético, por recordarnos que como sociedad, no podemos escapar de la mediocridad)
Ayer las crónicas trajeron desde España la transcripción de parte de un reportaje a tres sobrevivientes de los Andes que hasta ahora han estado en la mejor consideración de la opinión pública por lo que les sucedió. Pero al leerlas no hemos podido evitar la sorpresa cuando uno de ellos prefirió hacer de la parte más oscura de la experiencia, una especie de relato jovial, casi humorístico.
Según la crónica sacada del canal español La Sexta, Strauch dijo que: "Era una angustia. ¿Qué había que hacer? Era asqueroso lo que había que hacer. Y esa noche me quedé con esa idea repugnante, y le dije a Danielito 'che, yo estoy pensando que vamos a tener que comer los cuerpos'. Y él me dice: 'yo estuve pensando lo mismo'. Teníamos que romper el tabú: o comemos los cuerpos o nos vamos a morir de a poquito. Esa fue la noche del quinto día", comenzó Adolfo Strauch.
"Es un tema muy feo para el pariente del muerto, así que lo tratamos de hablar con delicadeza", agregó.
Luego, los sobrevivientes comenzaron a relatar cómo cortaban la carne y cómo fue que se convirtieron en los encargados de hacerlo. "Salí del fuselaje con un pedazo de vidrio, agarré un cuerpo boca abajo, sin saber de quién era, se cortó el vaquero, se cortó el cachete de la nalga y se probó. Para quitarle importancia y darle valor al resto dije 'esto es como jamón crudo sin sal', pero no tenía gusto a nada”, relató Adolfo.
“A los pocos días era como comer pollo y no teníamos ningún problema, la mente se bloqueó porque sino hubiésemos enloquecido”, sumó su hermano Eduardo.
“Para animar a los que no habían comido agarramos un cajón de Coca Cola, las maderas que había, prendimos fuego, un pedazo de chapa y algunos trozos de carne se hicieron a la plancha. Así todos comieron un churrasquito”, explicó luego uno de ellos para contar cómo convencieron a los que habían preferido no comer.
“A mí un solo padre me dijo si podía ir a buscar a su hijo o no; finalmente fue y lo encontró. Me estaba diciendo : ‘¿a mi hijo se lo comieron o lo puedo ir a buscar?’. Y yo sabía que el cuerpo estaba entero”, sumó Daniel Fernández Strauch.”
Si llegaste hasta acá es porque el relato que acabamos de transcribir parece parte de las películas de terror con la salvedad que no había necesidad de contarlo así (o ni siquiera contarlo).
Uno puede preguntarse si en realidad la situación los desequilibró mentalmente hasta ahora y sería digno de comprensión y lástima, pero también ha estado en juego la falta de escrúpulos del periodista Jordi Evole para insistir en busca de frases que causen asombro aunque provoquen repulsión. La prensa de hoy, empujada por la necesidad de oyentes, lectores o televidentes a cualquier costo, tiene estas cosas. Cosas que también están en la película (mucho más promocionada que buena,) porque la calidad no se logra con publicidad en abundancia como la que se ha destinado con millones a destapar la curiosidad. Y cuando al fin Netflix se sale con la suya muestra lo más doloroso de la tragedia, hurgando en lo morboso y en la innecesaria sucesión de imágenes ingiriendo trocitos como si se tratara de Anthony Hopkins protagonizando Hannibal.
Triste. No había necesidad.