Cuando la gente trata de explicar hechos sin argumentos, se nota. Ha sido tanta la evidencia, la desprolijidad y hasta la ingenuidad, que llaman la atención que provengan de jerarcas que ocupan los primeros planos de la administración.
Carolina Ache no renunció: la hicieron renunciar.
Fue un manotón más de ahogado que busca solucionar entre remiendos la incómoda situación que provocó descubrir que el gobierno, o una parte, ha bajado la cabeza ante presiones de un delincuente internacional de gran poderío que vaya a saber por qué tiene atados de la cola a más de uno.
Hasta ayer los colorados también tenían un problema. Ache hija y nieta de colorados de tradición había quedado expuesta en su condición de vice canciller, tuvo que mentir y no supo hacerlo y terminó salvando al ministro Bustillo porque en esto de las escalas jerárquicas el hilo nunca se corta arriba.
Al dar en agosto una explicación infantil, que nadie creyó ni siquiera los que dijeron creerle, puso a su sector Ciudadanos en una posición más que incómoda. Pero cuando salieron a luz las comunicaciones en las que el subsecretario de Interior le advertía sobre Marset quedó más que en evidencia. Dentro de Ciudadanos había un lío enorme. Varios anunciaron que si Ache era respaldada se iban porque no podrían enlodarse en un hecho más que repudiable. Sanguinetti quiso encontrar alguna manera de salvar la escena y también se le notó.
Al final había que sacarla y la forma fue insinuarle la renuncia. Que quede claro que Ache no es ni una mala funcionaria ni una mala persona. Es simplemente si se quiere una novata en cuestiones políticas, en medio de la arena entre leones que se salvan ellos. La verdad no está ahí, es más honda, mucho más grave y es capaz de llevarse puesto al Canciller y al Ministro del Interior por lo menos. De ahí para abajo hay varios más a los que apuntan las investigaciones de la fiscalía y que se han resuelto dándoles licencia en lugar de separación del caso que es la figura que corresponde cuando se actúa con limpieza.
De vuelta, las explicaciones que día tras día se le tiran a la opinión pública apostando a la ignorancia de la gente son tan débiles que se nota. Son tan débiles como aquellas explicaciones que el Frente Amplio intentaba para justificar el caso Sendic y que terminaron derrumbando la figura del vicepresidente.
Pero la pregunta que no ha tenido respuesta y muy probablemente no tendrá es por qué el delito encuentra tanta fuerza como para poner a prueba las instituciones, qué compromisos se esconden, qué amenazas ocurren, que tentaciones tan grandes hacen tambalear a personas que suponemos ímprobas.
Marset anduvo por estos barrios varias veces en el pasado. Conoció Mercedes y Dolores como un pillo pequeño hasta que cayó junto con el mercedario Invernizzi. Hoy, encumbrado en la mafia internacional opera con la impunidad de los que llegaron arriba, y tanto ordena matar a un fiscal en una playa de Colombia porque lo denunció, como se hace enviar un pasaporte con una carta oficial de nuestro gobierno. Casi se diría que se mira en el espejo de Pablo Escobar a quien obedecieron por igual sicarios, jueces y políticos. Eso es lo grave.
Lo menor es la renuncia de una pobre víctima de este entramado político, en un país como el nuestro, que no se merece quedar comparado con otros tristes ejemplos de la historia.