La ciudad transcurría sus días como se acostumbraba a fines del siglo XIX y comienzos del XX; días monótonos en los que los vecinos realizaban sus compras visitando comercios, conducían sus distintos carruajes, todos tirados por equinos para hacer diligencias a mayor distancia, concurrían a distintos sitios a intercambiar impresiones, cumplían sus obligaciones religiosas y en algunos casos, sólo los hombres prolijamente atildados, aguardaban en el hall y en las afueras de un edificio muy bien construido sobre la calle recién nombrada Colón, esperando ser atendidos por serios y escasos funcionarios del Banco de la República Oriental del Uruguay, que tal era el sitio al que nos referimos.
Esa Institución había sido inaugurada poco tiempo antes, el 3 de noviembre de 1896 en otro sitio y en 1903 se había adquirido el terreno y las construcciones que pertenecían a don Jorge Luis Flhor, un holandés que tenía instalada allí desde 1856 su casa de familia y una tienda de sombreros para hombres. Esas construcciones consistían en 4 habitaciones de material con techo pajizo, dos de las cuales daban al frente.
La fracción de terreno sobre la que se asentaba esta modesta edificación era una de las diez en que se había dividido y mensurado toda la superficie de la manzana que en su punto principal, de frente a la Plaza, ocupaba la vieja Capilla Nueva, fraccionamiento que se realizó para con el producido de las ventas de esas diez fracciones se pudiera dar fin a la construcción de la Iglesia Parroquial posterior.
Comprado entonces ese terreno a don Flhor, debieron realizarse distintas adecuaciones a medida que el Banco comenzaba a extender sus operaciones. Y es así que fueron necesarias, entre otras, realzar su frente, incorporar posteriormente una segunda planta en una parte del edificio original, para casa de familia del gerente y realizar asimismo la ampliación del salón principal, mejoras que se terminaron recién en 1918.
El incremento de las operaciones sobrepasó las comodidades que debían brindarse a sus clientes, lo que propició la compra de un nuevo y amplio solar con distintas construcciones ya fuera de época, en la esquina de Colón y Florida, haciendo cruz con la Plaza principal, el que conformaba un solo padrón, el Nº.1551, que tenía un área de 901 metros cuadrados.
Esa compra ocurrió el 5 de setiembre de 1952, demoliéndose enseguida las viejas paredes de la antigua edificación, quedando un sitio baldío largo tiempo, ya que el inicio de una nueva construcción se demoró varios años, sugiriéndose en algún momento, a través de la prensa, que para borrar ese adefesio abandonado en pleno centro de la ciudad, debía destinarse a aparcamiento de vehículos, ya entonces con motor incorporado y cuya circulación se había incrementado bastante.
El proyecto indicaba levantar un moderno edificio de 6 plantas, con apartamentos para alquilar y para el gerente y personal no residente, concretándose finalmente el mismo con su terminación e inauguración el 1 de setiembre de 1961 que es el que hoy conocemos.
Pero caben aquí algunas precisiones: En los primeros tiempos de la población fue propietario de ese terreno Anselmo Crespo, hombre que apoyaba a los españoles, siendo su finca invadida y saqueada por los participantes del Grito de Asencio, en busca de joyas, dinero, y diversos bienes que decían que existían allí.
La historia siguió luego con reclamos de la viuda de Crespo, doña Rafaela Maldonado por los despojos y destrozos de que la hicieron objeto en su casa por aquellos patriotas, sucediéndose posteriormente distintos propietarios que fueron ocupando ese lugar.
Vendido el bien para levantar el proyectado edificio sucedió primero lo que indicamos ahora: - se comentó largamente que durante las excavaciones para cimentar el nuevo edificio que hoy luce en esa esquina, un obrero, tal vez el sobre estante, se apropió de un cofre que encontró bajo tierra, posiblemente escondido por el primer propietario de esa esquina, don Anselmo, escondiendo sus ahorros en aquella época, ante la falta de alguna institución bancaria entonces, cofre que contendría numerosas monedas de distinto valor (con seguridad libras u onzas de oro) que aparecieron enterradas y que utilizó aquel obrero, vecino, en su provecho.
Esto se reflejó en que poco después, ese individuo mejoró sustancialmente su fortuna levantando y también adquiriendo, algunas propiedades en el barrio del puerto, donde se domiciliaba.
!! COSA E´ MANDINGA ¡¡
Pero eso era misión de la policía y lo que nos interesa ahora es otra anécdota:
Finalizada la construcción del nuevo edificio, quedaba al fondo de la oficina un amplio muro el que daba su frente, vertical a la calle Florida de entonces , y que quedaba mostrando un gran espacio vacío a media altura, el que desmejoraba la belleza del local a los ojos de quienes entraban por las puertas principales de calle Colón, por lo que se determinó utilizar, para implantar allí un hermoso mural en base a pequeñas piedrecitas de diversos colores (el que aún se puede contemplar), encomendándose su realización a la reconocida artista capitalina, artesana renombrada y pintora Amalia Polleri.
La realización de esta obra de arte demandó un largo y paciente trabajo de la Sra. Polleri, que debió realizarlo durante largo tiempo en su confección, trepada en unos altos andamios. La hermosa composición está conformada por miles y miles de pequeñas piedrecillas de diferentes colores.
Concluida con todo éxito esta obra, e inaugurada la misma, el Gerente de la Institución, entonces don Elías Devicenzi, la exhibía complacido, a clientes y amigos, destacando el trabajo realizado y la belleza de la obra, mostrándose obsesionado por su conservación.
Día a día, lo primero que hacía al llegar a cumplir su trabajo, era observar admirado la belleza de la obra terminada, pero hete aquí que un día sí y otro también, al acercarse y levantar sus ojos hacia el muro para apreciar la obra, notaba que sus zapatos pisaban piedrecitas en el suelo, y levantadas algunas de ellas vio, espantado, que eran iguales a las del mural.
Su preocupación lo llevó a encargar a uno de los funcionarios, el portero que, escalera mediante, revisara centímetro a centímetro la obra y ubicara de donde se desprendía ese material, preocupado por preservar esa obra de arte que tanto admiraba. Pero la contestación negativa del portero se repetía día a día pues no se encontraba el lugar del desprendimiento.
Eso sucedió un día sí y otro también, durante cierto tiempo y nunca logró el gerente, ubicar donde estaba el problema.
Peor aún, significaba para él un grave dilema, pues la artista, Amalia Polleri había fallecido ya para entonces y no tendría quien pudiera reponer, con la habilidad de sus manos de artesana, esas piedrecillas que habían fallado y que aparentemente de algún lado se desprendían.
Pero ¿qué había sucedido? - Varios funcionarios habían recogido y escondido un puñado de esas piedrecillas cuando se amontonaron para su utilización mientras se realizaba el trabajo de la artesana, ocultándolas, y día a día antes de la llegada del Gerente, esparcían algunas en el sitio donde él pisaría con seguridad para entrar a su oficina, la que estaba ubicaba luego de trasponer la pared sobre la que lucía el mural
El portero, a quien encargaba la revisión diaria, también estaba al tanto de la broma y la acompañaba simulando desazón, al no encontrar falla ninguna en el mural cuando el gerente le pedía que subiera a observar el sitio posible del desprendimiento de las piedrecillas de la obra.
Los partícipes de la broma, disimuladamente, observaban la preocupación del Gerente, quien se rascaba la cabeza día a día tratando de desentrañar aquel “misterio”.
Nunca supo de donde provenían aquellas piedras esparcidas hábilmente a su paso, a propósito para despertar la duda de su preocupación funcional.
Terminó convencido que era “Cosa e´mandinga”.