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14 may 2020 | 25- LA LOTERIA DE CARIDAD - I Esc. Alfonso G. Arias

Comenzamos hoy a tratar un tema que no por ser conocido deja muchísimos aspectos que ignorábamos y que al ser desarrollados, sin duda, llamarán la atención.
Actualmente uno de los primeros requisitos exigidos por ley, luego del nacimiento de un niño, consiste en inscribir al mismo en el Registro Civil, dentro de un determinado plazo que debe cumplirse so pena de incurrir en sanciones preestablecidas.
En ese momento, ante las autoridades de aquel Registro, se determina que nombre o nombres llevará la criatura, cuando nació, quienes son sus padres y otros requisitos que se establecen.
Pero no siempre fue eso así, ya que el Registro citado se estableció mediante la ley Nº. 1.430  del 11 de febrero del año 1879, teniendo vigencia a partir del comienzo del año siguiente.
A tales efectos, en todas las secciones judiciales se establece la obligación de llevar por los Jueces respectivos, un doble juego de libros determinados para la inscripción de los nacimientos, de los cuales uno se entrega al finalizar cada año a la Intendencia del departamento respectivo (Sección Registro Civil) y el restante se envía a la Dirección General de ese Registro situada en la capital.
Algo semejante sucede con los libros destinados a los matrimonios que se realizan y otros se destinan para anotar las defunciones sucedidas durante cada año. Existen asimismo otros libros, pero no nos interesan   y sólo nos dedicaremos a comentar lo que sucedía y lo que sucede con las inscripciones de los recién nacidos.


Primeros libros llevados en el Templo de Mercedes, forrados en cuero de ternera. Son los de Matrimonios, Bautismos y Defunciones.

Debemos retrotraernos a la época anterior al año que mencionamos al comienzo, en que por disposición de lo establecido en una Bula Papal, quienes estaban obligados a inscribir los nacimientos (y también matrimonios y defunciones) eran los sacerdotes que estaban a cargo de las respectivas parroquias, templos  o Iglesias.
Es así que en cada una de ellas existían el o los libros en los que se asentaba todo suceso que se relacionaba con esos tres cambios fundamentales en la vida de los pobladores o de quienes padecían esas circunstancias. Decimos el o los libros pues en ocasiones y por falta de comunicación, por carecer de los mismos, por corresponder a lugares muy apartados o por ignorancia incluso de jóvenes sacerdotes, se realizaban todas estas anotaciones en un solo libro pero con las separaciones adecuadas.
A través de esas inscripciones se tomaba razón del número de pobladores de cada sitio, datos que en ocasiones se complementaban con los censos que periódicamente se realizaban., necesarios para el conocimiento de las autoridades.
Revisando las numerosas anotaciones que surgen de esos libros, se podía conocer la existencia de determinada persona, su estado civil, su deceso y se podían conjeturar distintas circunstancias de esas inscripciones: quienes eran hijos adúlteros o si provenían de legítimo matrimonio, la edad de los sujetos tomando en cuenta la fecha de la inscripción o los datos que nos llevaban a ella, si esa persona aún existía, en fin, todo lo que relaciona ahora con su individualización, su existencia o el fin de la misma.
Pero, dirán Uds.  ¿Qué tiene que ver esto con la Lotería de Caridad?
Pues esa introducción la realizamos para abocarnos ahora al tema en sí.

Trozo de una hoja del libro I de Bautismos de la Capilla Nueva. Nótese la caligrafía y los datos que en las notas se establecían.

Volvemos a los libros que fueron llevados por los sacerdotes, curas o encargados de las antiguas capillas o templos anteriormente a 1878.  
Muchos de ellos fueron escritos con esmerada prolijidad, mientras que otros lo eran con una caligrafía muy complicada, lo mismo que la redacción y en ocasiones con olvido de algún dato necesario o imprescindible.
Tal vez no todos han tenido acceso a comprobar “in situ” lo que se establecía en esas anotaciones, pero en general el cura establecía que el día tanto del año tanto … bauticé a Juan, nacido el día tanto…, hijo legítimo de (y aquí los nombres de sus padres), …siendo testigos tal y cual y firmaba luego la anotación o partida bautismal.
En ocasiones, cuando era hijo natural, se mencionaba el nombre de la madre y se establecía que el padre era ignorado o que se desconocía, siendo los demás datos los habituales.
Pero recordemos la época en que estamos incursionando; era muy común el desplazamiento de tropas de milicianos, de soldados, de quienes buscando un sitio para establecerse permanecían algunos días en los distintos pueblos, villas o ciudades incluso, partiendo luego, lo que daba lugar a que pudieran mantener esporádicas relaciones con mujeres del lugar, con el resultado de no saberse quien era el padre de la criatura que nacía meses después.
Esto daba lugar a que en ocasiones el fruto de esa relación provenía de la unión de un soldado, peón, gaucho suelto, viajero  o de la del dueño de una esclava en su relación con la misma, muy habitual y también porqué no, de la relación que hubiera mantenido una descuidada soltera o viuda reciente con algún hijo de familia.
Pues que sucedía entonces: el fruto de aquellas relaciones no era deseado por quienes serían sus padres o querían evitar que se supiera,  y era común el abandonarlo en cualquier lugar, en los caminos, en el zaguán de alguna casa o rancho, en el pórtico del templo o de la Iglesia.
En esos casos la anotación en las partidas asentadas en los libros decía: “bauticé a Pedro, nacido el día tanto,… dejado en la puerta de la casa de Manuel Rodríguez”, o podía decir: “puse óleos a Felipe, arrojado en el zaguán de la casa de doña Josefa Cruz” o lo que sucedía, como dijimos, muy habitualmente, “bauticé a María, abandonada junto al pórtico de la Iglesia”.
Esto lo encontramos recorriendo los libros bautismales indicados, en todos los lugares o sitios en los que se llevaban, siendo un problema que se planteaba en todas las naciones, encontrándonos con menciones de ello en distintas obras o trabajos de reputados autores.
Se menciona por historiadores, que el Virrey  Juan José Vèrtiz tomó medidas para evitar esto, en razón de que debido al desorden existente durante la vida en la época colonial, los caminos no estaban delineados como ahora y los niños se dejaban al costado de cualquier sendero, expuestos a ser destrozados por las ruedas de los carruajes, como también se menciona que abundaban los perros, cerdos y animales salvajes, que podían hacer presa de esas pobres criaturas indefensas.
Se determina entonces que para evitar que siguieran sucediendo estos casos y también el hecho de que en ocasiones algún vecino de fortuna, “se veía favorecido con el obsequio” de numerosos niños abandonados depositados en su puerta, previendo que podrían tener un mejor destino que olvidarlos en cualquier sitio, como también sucedía que el sacerdote encontraba hasta una docena de ellos, a través del tiempo, en las afueras de su Iglesia, de los que debía hacerse cargo de su manutención y abrigo, se decidió, decíamos, establecer la incorporación de un artilugio denominado “El Torno” en poblaciones que tuvieran Conventos, Hospitales o Colegios religiosos, en los que se podrían depositar, ignotamente, sin que se supiera quien lo realizaba, el cuerpecito del recién nacido o del que tal vez tuviera algunos días de vida.
El Torno consistía en una abertura en la pared del frente del Templo u Hospicio que contenía en su interior una madera de forma circular adosada a un eje sobre el que pudiera girar, recibiendo desde afuera el cuerpo de la criatura y que al girarlo quedaba dentro del edificio, sin que se viera o individualizara a quien lo depositaba, manteniendo de esa forma la incógnita de su origen. Poseían una puerta corrediza para preservar el contenido desde el exterior.
Esto era común entonces, desde esa fecha en adelante, habiendo visto quien escribe esta nota, uno de ellos en una Iglesia de Córdoba, hace algunos años.

Un Torno semejante al representado fue apreciado en un Convento de Córdoba por el autor de esta nota. Se introducía en el interior el pequeño que luego se abandonaría.

Pero, repeti-mos, ello se su-cedía en todos los pueblos importantes, no estando exenta la ciudad de Montevideo, lo que se noticia en obras de Isidoro de María (“Montevideo Antiguo”), en el planteo y reglamentación de la Imprenta de la Caridad del Pbro. Dámaso A. Larrañaga, o en el trabajo sobre la “La Capilla de la Caridad” del Dr. Augusto Soiza Larrosa entre otros, lo que comentaremos en próxima nota.
La instalación de este mecanismo para acogida de los niños abandonados se debió a la preocupación del Pbro. Dámaso A. Larrañaga quien promovió la idea de incorporar al Hospital de la Caridad de Montevideo, lo que se denominó “La Inclusa” o sea la Casa de Asilo de los Huérfanos abandonados, propiciando que fueran las Hermanas hospitalarias del Sagrado Corazón de Jesús que desempeñaban sus funciones en aquel Hospital, quienes tomaran a su cargo el cuidado, la alimentación y posteriormente la educación de los niños que fueran recogidos por el sistema explicado. 
Decíamos que estos tornos se aplicaban generalmente en los lugares destinados a Hospitales o Conventos, los que acogían también a los numerosos indigentes que pululaban en tiempos de la Colonia, ya fueran inválidos de los encuentros militares, gente carente totalmente de recursos, enfermos, o sujetos que vivían de limosnas, ofreciéndoles entonces, techo, alimentación y resguardo.
Todo esto significaba un considerable costo, el que se veía aumentado adosándoles la obligación de recoger a los niños abandonados o expósitos, a quienes también debían atender en su manutención, cuidado y educación, lo que suponía un incremento considerable en los gastos.
Por eso hubo de pensarse en la forma de obtener recursos necesarios, para lo que se logró implantar los sorteos de lotería, cuyos ingresos se destinarían a cubrir los gastos que se originarían con lo explicitado.
A tales efectos entonces se creó lo que en sus comienzos se llamó “La lotería del Hospital de Caridad de Montevideo”, determinándose un reglamento muy detallado y de cuyos pormenores daremos cuenta en nota próxima.

Dramático dibujo que representa el momento en que una madre abandona a su hijo en el Torno, manteniendo su secreto. 

Por distintos autores se hace referencia a que se había constituido una Comisión, denominada “Cofradía de San José y Caridad”,  Hermandad que atendía las necesidades del hospital de Caridad y que tuvo participación más que activa en la implementación de esa Lotería de la Caridad, para solventar entonces los presupuestos del propio hospital y de la Casa Cuna (Inclusa) que se le adjuntaba.
Se nombra entre otros personajes de la época a  Francisco Antonio Maciel (denominado el Padre de los pobres), muerto durante las Invasiones Inglesas- Miguel A. Vilardebó- Pascual Cortés- Benito Chain- Bartolomé Domingo Bianqui- Joaquín de la Sagra y Périz – del que hablaremos en otra nota - Mateo Magariños- Cristóbal Salvanach- y varios más que integraban alternativamente esa comisión.


 
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