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19 dic 2019 | 16- NUESTROS CEMENTERIOS Esc. Alfonso G. Arias

Vivir y morir son circunstancias que nos ubican en un lugar determinado. Lo primero es aleatorio y depende del sitio donde comenzamos nuestra existencia, determinado en la mayoría de los casos por la vecindad de nuestras madres, que son quienes nos traen a la vida, dependiendo ello de donde se encuentren en el momento en que nos constituimos en un nuevo ser, separados de aquellas.

Estamos hablando desde cuando nos registran con nombre y apellido, como una persona nueva, que comienza una vida diferente.

Cada persona tiene una existencia muy distinta, feliz o penosa, dichosa o triste, exitosa o paupérrima, pero la misma debemos transitarla.

Transcurrida ella, dejamos este mundo y pasamos a ocupar un lugar donde sea el sitio que en ese tiempo se ha destinado a servir de cementerio, en el que se conservan, con veneración o no, los restos de lo que fuimos. 

Valgan estas disquisiciones para historiar y hacer mención de los lugares que se han ido destinando a servir de enterramiento de quienes han dejado de existir en estos alrededores.

Muchas veces hemos escrito sobre los orígenes de nuestra población, su nacimiento alrededor de la pequeña capilla que levantara el cura de Castro y Careaga, como así también lo han hecho numerosos investigadores, historiadores y aficionados, aunque no muchos de ellos han hecho referencia a que dentro mismo del sitio sobre el que se erigía aquella modesta construcción de poco más de 18 metros de largo por unos 6 metros de ancho, en muchas ocasiones, se sepultaban cuerpos de quienes por algún motivo, se habían destacado por su jerarquía, su parentesco con vecinos distinguidos o por haber servido a la propia iglesia.

Algo semejante se daba en otras pequeñas capillas diseminadas en lugares remotos; ejemplo de ello es lo que con mucha asiduidad se daba en la Iglesia de Santo Domingo Soriano.

Representación de cómo luciría el triste espacio destinado a Campo Santo, junto a la Capilla Nueva.

Pero volviendo a la nuestra, se ha manifestado en muchas ocasiones que junto a la Capilla , hacia su lado Oeste (en dirección a lo que hoy es la calle Colón) se extendía lo que se denominaba “el CAMPO SANTO”, lugar de veneración y recogimiento, donde se sepultaban a la mayoría de quienes fallecían en la población o en sus alrededores.

Pero, como decimos más arriba, dentro de la propia Iglesia, por motivos valederos, se procedía a sepultar a distintas personas, en muchos casos a párvulos.

    No nos imaginamos que espacio quedaría para poder realizar los oficios y permitir la concurrencia del vecindario en las celebraciones religiosas.

Para aseverar lo manifestado señalamos algunos de los datos que surgen de los Libros Parroquiales, en particular del de Difuntos que comienza en febrero de 1792 (recordamos que la Capilla Nueva comenzó su proceso fundacional en 1788).

18.VIII.1792- dentro de la anotación de una defunción dice: “ …enterré en esta Iglesia a un párbulo… hijo de Francisco Espinosa y de Petrona Sampallo”; (eran estos de los primeros vecinos asentados en la novel población).

9.IX.1792-  dice:” …enterré en esta Ayuda de Parroquia una párvula, hija legítima de Matías Sosa y de Juana Cuadra”; (el motivo de hacerlo dentro del templo es semejante al anterior).

26.X.1792- se establece:” …di sepultura en esta Iglesisa un párbulo…hijo de Thomás Rodríguez y de Phelipa Montenegro, vecinos….” (eran estos vecinos del paraje Asencio, donde se dio el primer grito libertario).

10.XI.1792- dice:” …di sepultura en esta Iglesia a una parbulita, hija legítima de Gabriel Antonio Paico y de María Fran.ca Ricardo, vecinos…” ( Paico fue el primer músico que acompañaba los oficios religiosos de la Capilla, por lo que se menciona allí, que “se entierra sin abonar derechos y por haber servido de Músico sin interés en esta Iglesia”).

30.V.1793- se menciona:” … dí sepultura en la Iglesia al cadáver de un párvulo … hijo legítimos de Bernardo Mendoza y de Juana Monzón, vecinos…” (eran ellos destacados vecinos del lugar).

11.VI.1793 – establece: “…. dí sepultura en la Iglesia al cadáver de un Párbulo, hijo legítimo de Fran.co Sosa y María Luisa Florentín, vecinos…” (también eran sus padres, vecinos destacados del medio).

   Y se suceden así numerosas menciones a distintos fallecidos que son sepultados dentro mismo del templo; destacamos por ejemplo el de don Joaquín Flores donde se dice que… “se enterró en la Iglesia por ser uno de los vecinos que con sus limosnas se esmeró en el tiempo de la edificación de la Iglesia”.

   Hacemos notar que en ocasiones se repiten los miembros de una misma familia, lo que reafirma lo que manifestamos anteriormente.

    En cada anotación al haberse procedido a un entierro, se indica en general, que se realizó en “el campo santo”, el cual se ubicaba junto a y próximo al límite del terreno sobre el que estaba edificaba la capilla; esta comunicaba a través de una corta portera con el amplio terreno del campo santo.

La población crecía, el campo santo estaba ya poblado de cruces, dentro del templo no era ya conveniente realizar más enterramientos, previendo posibles epidemias propias de la descomposición de los cuerpos, por lo que era necesario buscar otros lugares para destinarlo a ese fin.

Esquina suroeste de la manzana comprendida por las calles 19 de Abril, Ansina, Rivera y S. Rivas Rodríguez, sitio del 2º. cementerio.

Es así que en el plano que en 1834 delinea el Pbro. Luis José de la Peña, meticuloso y descriptivo de lo que era la población, se indica la nueva ubicación del cementerio (ya designado así), sin señalar que junto al templo estuviera “el campo santo”; esto es así pues dos años antes ya se habían comenzado a utilizar unos amplios terrenos ubicados en un lugar alto y aireado, a propósito para la incidencia del aire propio de esas alturas, para sepultar en ellos a los fallecidos de la población.

El terreno elegido, alejado de la zona más poblada, se ubicaba en la actual calle 19 de Abril entre las hoy denominadas como Serafín Rivas Rodríguez y Blanes Viale, ocupando un amplio espacio que no era cruzado aún por calle alguna. 

Esquina noreste de una de las manzanas que fueron utilizadas como el 2º. Cementerio de nuestra ciudad.

Hasta hace poco tiempo se localizaban en la zona, restos humanos al excavarse en ciertos lugares  para cimentar algunas paredes.

   Allí se procedió a realizar enterramientos hasta la década de 1860, década del azote de varias epidemias, que se achacaban a la dispersión de los olores provenientes de aquel sitio, transportados por los vientos del sur en dirección a la parte poblada, atacando con sus bacilos a los físicos mal preparados.

Al fondo se aprecia la Capilla Pìo XII, zona la más alta que existía despoblada en aquella época.

Ese fue el tiempo de la actuación como Jefe Político del Cnel. Máximo Pérez, de recordada actuación, quien en concordancia con otras autoridades emitieron un decreto estableciendo que debían cavarse las fosas para el enterramiento a una profundidad de 2 metros y cubrirse los cuerpos con una capa de cal, para evitar la propagación de los fétidos olores. 

   Esta disposición se trató de cumplir pero se tropezó con el problema de que el terreno donde se había establecido el cementerio era muy pedregoso, constituido por gruesas piedras, difíciles de excavar para alcanzar la profundidad ordenada  por lo que se debió abandonar aquel lugar para evitar males mayores.

El muro que circundaba el terreno que se destinara para enterramientos, hoy transformado en el 2º. Cuerpo del Cementerio de Municipal.

Es así entonces que se decide, siempre bajo la administración de Máximo Pérez, buscar otro sitio apropiado, disponiéndose la mudanza de aquellos cuerpos sepultados en “nuestro segundo campo santo”,  hacia un muy amplio sitio hacia el oeste de la ciudad, lindando casi con lo que se conoció como la “Cañada del cementerio”, curso de agua que hoy forman “la Cañada de los Hornos” y el propio Arroyo Dacá.

   Para evitar que el lugar elegido fuera invadido por el ganado y los equinos que poblaban esos lugares conocidos como “los Potreros del Estado”, se rodeó el lugar con un amplio muro, señalándose una corta portada y recostando a ese paredón los primeros nichos,  presentados primero en 3 y luego en 4 niveles, formando lo que hoy se denominaría “una batería”,  y mirando su frente hacia el oeste.

 Estos nichos eran ocupados por los restos del Arq. Antonio Petrochi y su esposa, habiendo desaparecido hoy por el desmantelamiento de ese espacio y construcción de nuevas baterías.

  Ocuparon esos tristes lugares los restos de  muchas personalidades del medio, que tuvieron ese funesto y triste privilegio, pero que eran recordados por quienes fueron sus coterráneos, al pasar frente a las respectivas lápidas.

Otro nicho desaparecido fue el del vecino Martín Apecech, que murió atendiendo vecinos, cuando la epidemia de la viruela negra, ofreciendo su propia vida.

Hasta hace muy pocos años, acusando la endebles de su construcción y el paso del tiempo, esos primeros nichos comenzaron a mostrar su precariedad y tuvieron que ser derruidos, perdiéndose así una gran parte de la rica historia departamental.

Desolador aspecto que muestran muchas filas de nichos de los primeros tiempos del Cementerio Municipal.

Observando con atención las paredes que fueron la parte posterior de los nichos antiguos, se nota perfectamente que aquel primer muro que rodeaba al actual cementerio, fue aprovechado para recostar en el, pero mirando hacia el este, hacia la ciudad, los más antiguos nichos que hoy forman lo que se denomina el primer cuerpo del cementerio, pasando a ser el 2º. Cuerpo la zona donde estuvieron aquellos primeros nichos.

Aquí yacían los restos de quien fuera el primer boticario de la población, el portugués Juan Bautista Campos.

El crecimiento de la población y su reflejo en el fin de la existencia de los vecinos, se acusa al contemplarse la continua evolución de los distintos conjuntos de nichos que deben irse construyendo para atender la demanda de lugares para ser ocupados por quienes fallecen.

Se realzó la entrada del actual cementerio, al extenderse el terreno hacia el este, lográndose un aspecto acorde al fin a que se destina. 

Es esta una somera síntesis de los lugares que ocuparon, en distintas épocas, los sitios  destinados a dar sepultura a los vecinos de nuestra ciudad y parajes de su influencia.

   Actualmente han variado las formas de proceder a conservar los despojos de los cuerpos de las personas fallecidas, las que reflejan la evolución de los tiempos. Dejamos por un corto espacio de tiempo la aparición de estas notas, tomándonos un necesario descanso. Agradecemos vuestra comprensión.

 
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