La presente contienda electoral, parece haber centrado sus baterías -al menos por parte de la coalición opositora- en la disyuntiva “cambio o continuismo”. Ya la calificación de continuismo le imprime a la campaña un sesgo peyorativo y descalificador. En sentido exacto, si queremos llamar las cosas por su nombre, “continuidad” debería ser la palabra, ya que toda realidad viviente -específicamente en lo humano- se define por la continuidad de su desarrollo: continuidad en el cambio, debería llamarse. Pero al margen de estas sutilezas semánticas, cabría preguntarse cuán nuevos son los protagonistas del supuesto cambio, y qué innovadoras sus propuestas. Y a priori resulta que el patrimonio de la continuidad o el continuismo corresponde a los abanderados del cambio. Me propongo hacer un breve relevamiento de algunos eslabones de esa continuidad. A modo se síntesis, el candidato presidencial blanco, que es la segunda vez que disputa el cargo, en sus ya prolongada actuación parlamentaria, ha dado sobradas muestras de su contumaz oposición a la mayor parte de las iniciativas del actual gobierno a favor de la equidad social y la agenda de derechos. O, en el menos malo de los casos, ha exhibido una encomiable falta de memoria para comprobar cuál fue su voto cuando se trató por ejemplo la jornada de ocho horas para los peones rurales. El proyecto se votó el 22 de diciembre de 2008 en Diputados, mientras Lacalle Pou estaba de licencia. Sin embargo, en 2014, consultado por un periodista, argumentó que no había acompañado la iniciativa, porque “las ocho horas no se adecuan al trabajo rural”. El PN tampoco apoyó la ley de responsabilidad penal del empleador. Y la crítica del candidato a los consejos de salarios, está en consonancia con el gobierno de su padre: la reivindicación del equilibrio entre los intereses de empleados y patrones, en un terreno en el que el equilibrio siempre será a favor de estos últimos y en perjuicio de los más débiles. De vieja data esta doctrina social en el Partido de su bisabuelo Luis Alberto de Herrera, quien se escandalizaba por las políticas sociales del batllismo, alarmado porque de seguir con ellas, hasta el hijo de un zapatero llegaría a ser bachiller. Esto sí que es continuismo: ¡a los primeros años del siglo XX se remonta! En este plano, no existe neutralidad. O se está del lado de los débiles, o se refrenda la injusticia. Y la actual negativa de su partido a votar la reforma de la Caja militar, y el consecuente continuismo de los privilegios jubilatorios de la alta oficialidad. Mientras se rasgan las vestiduras por el gravoso presupuesto del Banco de Previsión Social. Y ni qué decir, del pacto vergonzante con Manini, fiel representante del estamento militar y cómplice de sus mayores desmadres. Y la invariable prédica contra todo lo que fuera renovador y de justicia, por parte de los principales voceros de la bancada blanca, ya casi vitalicios en la actividad parlamentaria, tales como Javier García, Luis Alberto Heber, Gustavo Penadés, etc.

El candidato Ernesto Talvi, que fungió de renovador y centrista, es representante sin embargo del más ortodoxo pensamiento de los Chicago-boys, reivindicador a ultranza del neoliberalismo económico, salido del riñón de Jorge Batlle. Recuerdo muy bien algún largo reportaje de los que solía hacerle Néber Araújo en canal 12 hace veinte años, en su carácter de director de la empresa Ceres, en que Talvi pregonaba las más rancias doctrinas económicas de libre competencia y de mercado. Esas mismas que nos condujeron a la crisis de 2002, y han llevado al atolladero a algunos de los países vecinos hoy hambreados.

Y el novísimo partido Cabildo abierto, integrado por reconocidos represores de la dictadura, y por Eduardo Radaelli, uno de los condenados por el secuestro y asesinato del chileno Eugenio Berríos. Como asimismo, algunos notorios militantes nazis, cuya connivencia el General Manini Ríos ha tratado de justificar o desmentir reiteradamente aunque sin suerte. Tampoco ha emitido una sola opinión cuando se la ha solicitado, sobre el período dictatorial; notoriamente molesto cuando se le pregunta por el destino de los desaparecidos. Y su destitución como comandante, obedeció a sus críticas al Poder Judicial. Críticas en las que ha seguido incurriendo en todo el proceso de la acusación fiscal por su ocultamiento durante casi un año de las declaraciones de Gavazzo a un tribunal militar. Pero además, para exhibir otro eslabón del verdadero continuismo -aunque también desde hace más de un siglo-, este militar es nieto de Pedro Manini Ríos, fundador del diario La mañana, colorado opositor a Batlle, fundador del riverismo, la corriente más conservadora y derechista del coloradismo. Que tuvo una continuidad o continuismo a lo largo de todo el pasado siglo, como encarnación del pensamiento más rancio de derecha, enemigo de toda reivindicación social y obrerista. Tal como lo consigna el Profesor Carlos Demasi en un reciente artículo publicado por “La diaria”, desde entonces “el doctor Pedro Manini Ríos desde su diario La Mañana oficiaba de portavoz de una derecha proclive a la intervención en la política del Ejército que todavía era casi unánimemente colorado”(…) “Y en la década del 30 tanto La Mañana como el vespertino El Diario, que editaba la misma empresa, fueron los más fervorosos propagandistas de los logros y las ideas de Mussolini”. Esta es la nueva y vieja derecha institucionalizada en Partido a la que se alían los blancos y colorados, unificados también -más allá de algunos episodios obscenos como el originado en la irrupción de Juan Sartori- por una derecha hegemónica. Esto es lo nuevo que tienen para exhibir. De los otros dos Partidos, el Independiente casi en extinción y el del señor Novick, ni vale la pena hablar. Falderos de los anteriores. Estos son entonces, algunos de los componentes dela propuesta innovadora de la flamante coalición. Cabe entonces preguntarse: ¿de qué lado están los nuevos? ¿De qué lado la continuidad o el continuismo y de qué lado el cambio?