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Un Día con mi Nieta
29 oct 2018 | Marciano Durán

Mañana te dejo a tu nieta por un rato- dijo muy suelta de lengua mi hija.

Y me lo dijo así, como si yo hubiera parido una nieta y me la vinieran a devolver.

No es que me moleste, más bien me muero por ella, pero... ¿así? ... ¿cómo si yo hubiera abandonado a algún niño en una canasta?

Me la trajo tempranito envuelta en camperas, bufandas, guantes, gorras y todas esas cosas que les ponen las madres a nuestros hijos y que nosotros les poníamos a ellas y ahora nos damos cuenta de que era un disparate.

-No me le des chicles que el dentista lo pago yo, ni Coca Cola, nada con colorante, fijate la fecha de vencimiento de lo que le das, que no se desabrigue que acá adentro está muy frío, si ves que transpira sacale el gorro, que no coma chupetines porque se ensucia y con esta lluvia no se me seca la ropa con nada, si van a salir tapale bien la boca, si se aburre en el iphone tiene "el angry birds"- dijo cerrando la puerta y continuó dando órdenes por el pasillo.

-Sí mi amor, tengo un chicle de banana y para después tengo un chupa chupa de Coca Cola. Siéntese por acá que le voy a enseñar a jugar al ludo, ya tiene cuatro años y tendría que saber. Usted juega con las fichitas rojas, si saca seis... no, mi amor, el dado no se tira así ¿Su mamá no le explicó que no gana el que lo tire más lejos? Ya van tres veces que tengo que correr la heladera para sacar el dado. ¿No le gusta el ludo, mi amor? ¡¿Ya se aburrió del ludo mi amor?!  Bueno... le voy a enseñar a jugar al robo montón. Si tiene una sota... la sota es la señora de... ¿Tampoco le gusta? Entonces de la escoba de quince ni hablamos ¿no? Mijita...yo a su edad jugaba con tres palillos de ropa y dos chapitas durante horas y horas y usted ya me cambió de juego tres veces en dos minutos. ¿Sabe una cosa? Nos vamos a las hamacas y al arenero ¡¿Cómo que su madre la reta si se ensucia con arena?!

En la esquina nomás le saqué la bufanda, los guantes, el abrigo y todo lo que le había puesto la madre para que se moviera poco.

-¡Ay Pilar! ¡Faltó que le pusieran un ombliguero, nada más! Pise, pise ese charco, déle, déle que nadie nos ve. Sí, agarre ese palito y vaya pasándolo por la pared y por las rejas. Dele que yo lo hacía y no me morí. Patee esa lata, pise solo las baldosas blancas, gire alrededor de esa columna, corte esa flor para llevarle a su madre. No pise la sombra. Déle, tírele una piedra a ese perro que se quiere comer al abuelo. Cuélguese de esa rama que está bajita. ¿Al shopping? ¡¿Al shoooopiiing?! ¡Noooo!  ¡Nuncaaaa! ¡Yo a ese antro de perdición no entro aunque me lo pida mi nieta!

-Buenas tardes... ¿Ropería...tienen? Ah, bueno- metí el mate y el termo en la matera porque no tenía claro si dejan tomar mate en el shopping. Cargué con la ropa que le había sacado a Pilar y le agregué mi campera porque había 15 grados de diferencia entre la placita y ese lugar maldito.

Mi nieta empezó a moverse como si hubiera nacido allí.

Yo estudiaba cada paso que daba por temor a equivocarme.

Pilar llamó por el nombre de pila a la vendedora de pororó y me hizo comprarle una caja de las grandes.

Cuando yo estaba pagando enfiló corriendo para la escalera mecánica y a mí casi me da un ataque.

Corrí lo más rápido que pude, cargando con la ropa, la matera, desparramando el pororó por el piso al grito de:

-¡Pilaaaaar! ¡Cuidadoooo, esa escalera te puede mataaaaar! ¡Detengan a esa niñaaaa! ¡Paren la escalera! ¡Se va a tragar a mi nieta! ¡Alguien que pare la escaleraaaa!

Un guardia de seguridad me quiso llevar detenido, mientras mi nieta me hacía adiós con su manita abierta, subiendo lentamente hacia la zona de restaurantes.

Regresó solita por la otra escalera y le explicó al guardia que yo era su abuelo y que me había traído al shopping.

-Es mi abuelo, vamos al cine, Pablo.

-¿De Cantinflas dan alguna?- pregunté a una chica igualita a la que me dijo que no había guardarropa.

Seguro que ya se los habían preguntado muchas veces, porque se rio y me miró como diciéndome: "No, de Cantinflas justo hoy no damos".

No habíamos dado ni tres pasos cuando tuve que comprar otra caja de pororó y dos vasos de Pepsi de los grandes.

Nunca pensé que podría ser tan largo el recorrido hasta la butaca.

Le pedí a mi nieta que se agarrara de mi campera porque me quedé sin manos para ella.

Un vaso llenito hasta el borde en cada mano, la caja de pororó llevada con los dientes, la matera colgada, los guantes, la bufanda, las camperas y la gorra sobre mis brazos a modo de un bebé.

Cuando vi el escalón a lo oscuro, mi instinto de abuelo no consiguió frenarse y grité:

-¡Cuidadoooo Pilar!

Cualquier idiota sabe que cuando uno abre la boca para hablar se le cae lo que esté agarrando con los dientes.

Yo también lo sabía, pero mi cabeza piensa más lento que mi corazón.

De cualquier manera lo que más me molestó fue la risita de algunos padres piolas, la patada que me dio el tipo al que bañé con el pororó y los insultos de la señora que limpia.

El resto, bien.

Necesité diez minutos para acomodar en la oscuridad todo lo que había llevado al santo botón.

Apenas terminé mi nieta me pidió que le repusiera el pop que había desparramado en el piso del  cine.

Como no me animé a dejarla sola a lo oscuro, y como vi a un par de nenes con cara de delincuentes sentados allí cerquita, resolví agarrar todas mis cosas (incluyendo a Pilar) y repetir la operación otra vez.

Tomé un trago bien grande de ambos vasos para que no se me volcara y allá fuimos otra vez de excursión.

Nos perdimos el principio de la película.

-Ésta ya la vi abuelo- dijo mi nieta con absoluta seguridad.

-¿Cómo que la vio? ¡Es un estreno!

-Ya la ví abuelo. Mi papá las baja por netflix.

-Bueno mi amor, no importa, vamos a verla otro poquito que me gasté quinientos pesos en las entradas.

-Ahora ese pececito se va a esconder. ¿Viste abuelo? Ahora agarra lo persigue el más grande. ¡Te lo dije! ¡Vamos a los jueguitos abuelo, vamos a los jueguitos!

-¡No, no y no!- no es que me molesten las maquinitas, directamente las odio.

 No puedo ver cómo pasan horas y horas enfrente a las pantallas donde se cruzan autos o aparecen monstruos disparando- No, mi amor, discúlpeme, pero es lo último que haría. 

-¿Me das cuatro fichas por favor?- le dije a una chica igualita a la que vendía Pepsi, pochoclo y entradas de cine.

El ruido me perforó los oídos.

En una máquina un tipo tiraba con una ametralladora hacia una pantalla, y el que parecía ser su hijo se le colgaba de los pantalones llorando para que lo dejara hacer un tirito.

En otra máquina un niño de ocho o nueve años trataba de embocar una pelota de basquetbol en un aro.

Le pregunté por qué no iba a la placita y me dijo algo de mi mamá.

Contra el pool, cuatro niños de diez a doce años pasaban tiza a los tacos y solo faltaba el humo de los puchos subiendo hacia la luz  que se balanceaba sobre el paño azul.

No pude encontrar ningún juego para mi nieta, así que dejé más de cuatrocientos pesos en fichas tratando de agarrar con una pinza unos ositos de peluche que no salían más de cincuenta pesos.

No es lo mío.

No consigo coordinar en ese juego.

Cuando quiero abrir la pinza, suelto la campera.

Cuando quiero largar la pinza, tiro la matera.

Pilar por suerte sacó un caballito azul y me lo regaló.

-Dale abuelo- me dijo- llevame a comer algo, tengo hambre.

-Bien, seguro que a la vuelta encontramos un frankfrutero.

-No abuelo, llevame a Mac Donald´s.

-¡Nooooo! ¡No, no y nooo! Nunca entraré a ese lugar en el que muelen desperdicios y los transforman en comida, cortan pedacitos de plástico y los ponen en bolsas de papas fritas. ¡Noooo! ¡Ni siquiera por vos Pilar!

-Una Cajita Feliz, sin ketchup, sin queso y una coca- le dije a la chica igualita a la del cine, las maquinitas y el pororó.

-No- me contestó- a Pilar le gusta con queso. ¿Para usted?

-Ehh... un chorizo con picantina, hongos y criolla- y algo que no entendí pasó en ese momento porque se rió igual que la de Cantinflas y me dio sólo el pedido de Pilar.

Mi pequeña "nieta zapping" no había terminado de comer cuando se metió en el pelotero y en unos tubos enormes junto a una manga de foraj... de niños que disfrutaban del sábado. Cargado de mi equipaje, más los jueguitos que traía la cajita y el caballito azul, me asomaba de a ratos a una ventanitas de vidrio en las alturas para ver si todavía respiraba.

Dos veces me tuve que meter en lo tubos (sin largar la ropa) porque Pilarcita no se animaba a tirarse.

-¿Qué le parece  si nos vamos? El abuelo está cansado... con frío y transpirando. ¿Al baño? ¿No aguanta hasta llegar?- yo temía este momento, sabía que me podía pasar- Pilarcita, escúcheme un poquito, mi amor, yo no puedo entrar al baño de las niñas, aguántese hasta llegar.

-No abuelo- me dijo- No aguanto más.

-Bien ¿qué va a hacer al baño?- pregunté y me preparé para la peor respuesta.

-Caca, abuelito.

Volvimos al shopping y cuando nadie me vio me metí en el baño de mujeres y me escondí atrás de una puerta esperando que mi nieta me avisara.

-Ya está abuelo ¡limpiame!- gritó mi nieta.

-Voy Pilarcita- le dije y me topé con una vieja que salía subiéndose la bombacha desde una de las puertas.

Lo que siguió fue muy triste. 

Me golpeó con un paraguas al grito de ¡De-ge-ne-ra-do! así, una sílaba, un golpe de paraguas ¡De-ge-ne-ra-do!

Y me pegó hasta que llegó el guardia que por radio pidió ayuda a sus compañeros.

Ayuda precisaba yo.

Mi nieta se la tuvo que arreglar sola una vez más y mientras se acomodaba el pantalón les dijo:

-Es mi abuelo otra vez Pablo, ya me lo llevo.

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