Nuestro país es una economía muy pequeña, con un mercado interno limitado, y que por lo tanto si pretende crecer hacia el desarrollo, no hay otro camino que la inserción internacional y apuntar a las exportaciones.

La inversión extranjera es fundamental, en el Gobierno desde hace años existe una preocupación constante para generar condiciones para atraer inversión extranjera, lo que está sucediendo con la 3ª planta de celulosa es un claro ejemplo. Y ello se traduce en diferentes políticas, por ejemplo invertir en infraestructura y la cuestionada exoneración de impuestos, la proliferación de Zonas Francas es un claro efecto al respecto.

Es así que el país compite con la región como plaza de localización de inversión extranjera, que proviene básicamente de 3 mercados, el del norte de América, el europeo y el asiático.

Si bien la inversión interna es relevante, la inversión externa es esencial, y en particular la inversión productiva, que es la que genera además de puestos de trabajo, derrame hacia el resto de la economía, y además agrega valor a la producción uruguaya.

Entonces, ¿que debe ofrecer el Uruguay para atraer dichas inversiones? La respuesta implica abordar diferentes aspectos, pero podríamos sintetizar en que debemos ofrecer ventajas comparativas y especialmente ventajas competitivas. 

Las ventajas comparativas se asocian a aquellas que no son necesariamente generadas sino que son naturales, como antiguamente fue el puerto natural de Montevideo por citar un ejemplo. Y hoy por hoy seguimos ofreciéndolas, el problema que cada vez tienen menor importancia relativa frente a las ventajas competitivas. En este Siglo ya no se necesita que los puertos sean naturales sino que se pueden desarrollar rápidamente. 

Es así que las ventajas competitivas son aquellas que el país ofrece porque las ha generado y le permite diferenciarse de otros, como lo fue hace un par de décadas la mano de obra calificada (ahora es más un problema que una ventaja), como es hoy la seguridad jurídica que es muy buena en comparación a los vecinos; y también una diversidad de aspectos como la estabilidad política y económica, estructura de costos de servicios, etc. etc. 

Un ejemplo claro lo vemos citando nuevamente a la 3ª planta de celulosa, la ventaja comparativa esencial es el campo uruguayo y la producción de madera, mientras que el problema viene por las ventajas competitivas que debimos crear, por ejemplo la mano de obra y las relaciones laborales, la infraestructura para sacar la producción y los costos de producción.

Los problemas de competitividad han sido evidentes en los últimos tiempos con el cierre de fábricas y empresas con décadas en el país porque lisa y llanamente no eran rentables. En virtud de la competencia externa y los altos costos de producción se transformaron en empresas económicamente inviables, entonces cerraron o se reconvirtieron de fábricas a empresas importadoras, como ha sucedido en la industria de los muebles, de la vestimenta y del calzado por citar algunos. Con la consecuente pérdida de puestos de trabajo, que es un drama muy actual en algunas localidades del interior del país. 

La cotización del dólar es un aspecto que preocupa, si bien existen voces en las cámaras empresariales que el Gobierno debería hacer más por mejorar el atraso cambiario, el sistema actual es volátil y el precio del dólar es prácticamente una variable exógena (no controlada). En la medida que los países de la región devalúan su moneda ello atenta contra la competitividad de nuestras exportaciones. En definitiva nos encarecemos en dólares.

Sin embargo mucho se puede hacer en el corto plazo sobre el resto de los aspectos que afectan a la competitividad, en particular atender la productividad laboral, y los costos de producción, como lo son las tarifas públicas y los impuestos por ejemplo. El Uruguay tiene los costos de energía más altos de la región, incluido el combustible lógicamente, tiene grandes problemas de infraestructura como el estado de la mayoría de las rutas, un sistema de regulación laboral rígido y obsoleto con lo que demanda el comercio moderno, todo ello atenta contra la inversión, y en definitiva termina afectando negativamente al empleo y el desarrollo en general.

Si consideramos la evolución del PBI el país retoma el ritmo de crecimiento, pero sin embargo decrece el empleo, y más allá de explicaciones como que los sectores que crecen no son demandantes de mano de obra, y que afecta la robotización de los empleos, etc., los aspectos que mencionamos que atentan contra la competitividad sin duda juegan un papel preponderante a la hora de que se instalen inversiones productivas.

En el discurso final en la Rural del Prado el ministro interino de Ganadería, Agricultura y Pesca, E. Benech dijo que “buscar la competitividad no es solo por el lado de los costos”, y además afirmó muy libremente que “el país tiene costos altos y seguramente vamos a seguir siendo un país de costos altos, porque en nuestras definiciones políticas……” bla bla bla.

Cualquiera que alguna vez haya leído algo relativo a la actividad empresarial, sabe perfectamente que para aumentar la rentabilidad solo hay dos caminos, o se aumentan los ingresos o se bajan los costos, y en un mercado como el agropecuario, que los ingresos fuertes provienen de las exportaciones (por tanto somos tomadores de precios y condiciones), escuchar ese tipo de afirmaciones del más alto nivel del gobierno genera preocupación, quizás cabría preguntarse qué solución innovadora está pensando el ministro. 

Y estamos hablando del principal sector exportador desde el nacimiento del país, cabe recordar que granos y carne son nuestras principales fuentes de ingreso, tanto sea en el 1900 como en el 2017.

Más allá del problema conocido por todos que somos exportadores de materia prima con bajo valor agregado (ahora ni matamos al ganado acá sino que las exportamos en pié), y en el mundo del siglo XXI cada vez más el conocimiento aplicado es el que genera valor en detrimento del producto primario. 

En cuanto a la competitividad lo primero es reconocer el problema, y que las soluciones requieren políticas y deben diseñarse para que sean de largo plazo y no para paliar circunstancias coyunturales, generar condiciones y reglas de juego claras para que los privados puedan planificar y arriesgar generando inversión productiva.

(Las afirmaciones son de carácter personal y no comprometen la opinión de ninguna Organización)